Hace unos días me acordé de un artículo del doctor Freud llamado “El block maravilloso”. Lo busqué cuando fui a lo de mi vieja (allá quedó mi biblioteca psicoanalítica) y me apliqué a releerlo. Con vistas a algún chascarrillo o retruécano, quería ver si algo de su asunto podría aplicarse a este moderno soporte tecnológico llamado blog.
Recordaba vagamente que el título aludía a un dispositivo para escritura que se lanzara al mercado allá a principios del siglo XX. El inventor pretendía combinar la conservación del texto que permite la hoja de papel con la posibilidad de renovación de la superficie de una pizarra.
Era un pequeño block con sólo tres o cuatro hojas, pero una, la de abajo, era de resina, y las otras, muy delgadas, de celuloide, de papel transparente y de otro material que no recuerdo. Se escribía con un punzón. Es difícil de explicar, pero el hecho es que lo escrito permanecía en la página de abajo aunque arriba se borrara para escribir otra cosa. En el artículo, Freud asimilaba esta posibilidad del artefacto a no sé cuál teoría suya acerca del funcionamiento de las diferentes instancias psíquicas. Al releerlo, tampoco entendí bien esta parte. Además, noté que, más allá del parecido en los nombres, no cabía aplicar al blog la mecánica de aquella cosa. Sin embargo, lo hago.
Resulta que a mediados de junio, ya sin fe en el retorno de Parrafus a la radio, dije adiós al Blog. No se me ocurría qué más escribir para matizar la espera. El fácil recurso de las efemérides o la miscelánea, que permite surtir de semblanzas y citas literarias cualquier página, no va con mi naturaleza. Y me faltó inventiva para idear otras maneras de estirar la vigilia. “Adiós al Blog”, titulé entonces mi penúltima Entrada, y todo el texto fue: “Chau”. Cortito, total iba dirigido a nadie. (*) Sin embargo, lo acompañé con la repetición de la Entrada titulada “Facetoole”, donde, en su momento, diera la bienvenida al grupo que una oyente creara en Facebook. Quería decir, si es que algún lector le quedaba al Blog, que les aconsejaba pasarse a esa más joven y simpática ‘red social’.
Un par de días después encontré en una revista unas palabras de Tato Pavlovsky sobre el jugador y el juego. Las copié para componer un original “Adiós al Blog II”. Hasta ahí da mi imaginación… Al día siguiente, la realidad vino en mi auxilio. Recibí un mail con la gacetilla donde se informaba que Parrafus Interruptus volvía, ahora en vivo, en el centro cultural Caras y Caretas.
Desde entonces el Blog reverdeció. Quedó abolido el adiós, los adioses. Y para trasladar en cierto modo esta venturosa realidad hasta aquel descreído pasado, hoy borré aquellas dos Entradas. (También cambié el resentido título con que publiqué la gacetilla: “¡No me dejan despedir!”.) Ahora, si alguien se tomara el trabajo de hojear el mes de junio, vería una continuidad entre “¡Éxito internacional!” y el anuncio del retorno de Parrafus. Y, a partir de ahí, los felices prolegómenos, resúmenes y crónicas recientes.
Pero, como sucedía en el block maravilloso (como tal vez suceda en nuestra psiquis), lo escrito previamente permanece. Persiste, en este caso, en esta memoria.
Memoria, recuerdo, crónica que me sirve para decir algo más: que estoy tentado de eliminar también el cierre de mi resumen del Parrafus de septiembre.
Se me pasó el fastidio por la poca concurrencia. Me lo había tomado como algo personal, como una frustración propia. Pero, ¿a mí qué me importa?, me dije después. Que se preocupe y se amargue Paredero –quien no lo va a hacer. Yo voy. Aprovecho mis primeros permisos para salir solo desde que nació el Fulanito, voy, lo paso bien y me traigo libros. Si la concurrencia es escasa, mejor; tengo más chances de ganar. Si sigue haciendo frío hasta diciembre, mejor; a mí, deme el invierno. Y si María Suárez a estas alturas es una ermitaña total, que le aproveche. Y si Verónica Cornejo y sus amigos no quieren ir, que revienten. Y… Y mejor me callo. Chau.
(*) Nota al pié: En los días de mi despedida del Blog, haciendo postrer uso de mis facultades de administrador, otorgué esta misma categoría a los viejos compañeros oyentes que figuran como coautores. Fue mi manera de decirles que, a partir de ese momento, podían hacerse cargo de la página como les placiera. Más allá de la completa libertad de escribir, que ya tenían, se les habilitaba ahora la posibilidad de cambiar el formato, reformar textos, moderar los comentarios, invitar nuevos autores, agregar un contador de visitas y demás variantes del Blogger que yo, primitivo y frugal, ni siquiera exploré nunca. Pero, después de unos días, cuando vi que ninguno se valía de esa facultad, se las retiré. “Claro”, pensé, “si ellos ya dijeron adiós hace mucho. ¿Cuánto hace que nadie publica nada?” Sin embargo, en esos días empezaron a proliferar las Entradas de un tal Max Medina. Se ve que alguien sí, al menos, invitó a alguien a incorporarse como coautor. Ahora, tras la vuelta de Parrafus y mi necesaria reaparición (¿?), este compañero se llamó a silencio. Esto parecería abonar la idea de que Max Medina soy yo mismo, como habían pensado al menos tres personas: Mónica Paradiso, Marta Zander y Hernán Gugliotella. Es el propósito de esta nota desmentir esa hipótesis y pedirle al señor Medina, públicamente (ya que no responde los mails), que diga más o menos quién es; o bien, en su defecto, que el compañero oyente que lo invitó al Blog nos cuente algo sobre su amigo. Pero, si ninguno accede a esta requisitoria, no importa. Sea quien sea, señor, no se amilane y siga publicando. Siempre es una compañía. Además, la sección “Poeta sin Parrafus” está buena, y su descubrimiento de la AM 750 merece aplauso. Hasta pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario