Con el penúltimo y el último Parrafus de la noche la cosa volvió a su cauce, como en los viejos buenos tiempos. El abanderado –en beligerancia- Perenchio y el poeta López Motta ganaron cada juego a los pocos segundos de lectura.
Ahora, al evocar la fugaz lectura de Marcos Aguinis, recién recuerdo que, en este segundo encuentro, junto al parche de césped y el girasolito, se destacaba en el despojado escenario una pantalla blanca. Cuando la ví, también pensé que sería para otro espectáculo, pero, tras el primer juego, Hugo señaló hacia allí y pudimos ver la proyección de una entrevista a Milan Kundera.
Me pareció un interesante aporte esa ilustración audiovisual de las lecturas, que, en cierto modo, reemplaza el toque musical de la radio. En cuanto al francés que se hablaba en esa primera película, era perfectamente comprensible para cualquiera que hubiera pasado la mitad de su vida en Versalles o Montmartre…
Pero la mejor de las proyecciones fue la de un largo monólogo de Marcos Aguinis. No sé de cual novela suya hablaba (tal vez de la mismísima “La cruz invertida”), pero ensalzaba la investigación histórica que le había demandado, y el fresco de época logrado, y la estructura coral pergeñada, y nombró otras novelas históricas o de época, y todo como a la pasada, como sin querer, en medio de una retahíla de frases hechas y lugares comunes. Cuando terminó, Hugo lo gastaba: “¿Vieron? Así como así, a lo bobo, el tipo se equipara con Tolstoi, con Dickens…”. Y después le siguió pegando, siempre con gracia y finura, por su desembozada (o a veces embozada) condición de actual ideólogo de la derecha. También se sumó a la ironía con que Horacio Verbitsky comentó en un artículo la aparición de una enaltecedora biografía de Aguinis… ¡escrita por Marcos Aguinis! Y se recordó su pasado como secretario de cultura de algún tramo del gobierno de Alfonsín… Y, en fin, que me arrepentí de haber guardado la compostura y no lanzar ninguna muestra de mi antipatía cuando lo nombré al ganar el juego. Especialmente porque, cuando terminaba su diatriba, Hugo comentó: “Pero a lo mejor a Perenchio le gusta…” Aclaré entonces que no había leído “La cruz invertida”, ni ninguna otra cosa de ese señor, y que sólo recordaba de haber hojeado esa novela que empezaba diciendo algo acerca de una bandada de pájaros rojos.
Pero, con Hugo, así fue siempre nuestra relación radial; con mutuas pullas, amables zancadillas y virtuales reproches. Con Hugo, no nos une el amor sino el tortazo / será por eso que nos queremos maso…
El último juego sería otra vez con Cuento. Esta vez, un cuento argentino. De un autor con alguna afición similar a la de Carver, pero más genuinamente afín, creo, a las clases menos favorecidas de su país. De Abelardo Castillo, “Patrón”.
El comienzo, donde se menciona a “la vieja Tomasina”, me sonó familiar, mucho, pero no me alcanzó medio minuto para descifrar título y autor. Roberto López Motta respondió a los 31 segundos. Se ganó “Cuentos crueles”, de donde Hugo había leído. En la última proyección de la noche vimos y escuchamos a Castillo en medio de su biblioteca.
Al final, cuando salíamos, después de saludar a nuestro conductor, a Susú, a Hernán, a Adriana, con López Motta comentamos que nosotros dos, por lo visto, seríamos los más fieles de entre los oyentes de antes, espectadores ahora, del espectáculo de Hugo. “Este puede ser el comienzo de una hermosa fidelidad”, pudo comentar alguno de los dos. “Comienzo, no. Continuidad”, pudo mejorar el otro. “Fidelidad, tampoco. Amistad”, hubiera dicho Bogart.
Nos despedimos en la vereda. El iba para el centro. Yo, para Constitución.
continuará
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