domingo, 6 de julio de 2008

Mallarmé y...Pérez-Reverte

Jueves 3 de julio

“La siesta de un fauno”, poesía de Stéphane Mallarmé (1842-1898)
Ganador: Marcelo Perenchio, el lector de silencios –también.


“Mallarmé, esto es muy claro, quiso seguir el simbolismo de Baudelaire. Cuando habló de buscar la originalidad, su obra mayor ya estaba compuesta y ‘El hijo pródigo’ es revelador: alguien ha dicho que es el mejor poema ‘a la manera de baudelaire’ que jamás se haya escrito. Pero luego su simbolismo fue dejando el campo de las sensaciones, que siempre fue el de su mentor, para preferir el del intelecto; y así puede decirse que en definitiva fue un poeta más ‘difícil’. Aquí convendrá referirse con brevedad al simbolismo en general. ‘Símbolo’, dice Burke, ‘es el paralelo verbal de una pauta de experiencia’. No obstante, piénsese en lo complejo de la experiencia y se concluirá que cuanto más personal es el símbolo, más oscuro será el significado de su paralelo verbal.
(…)
“En ese caso, descifrar el símbolo es aclarar el sentido; pero cuando la simbología expresa ideas no compartidas (y aún a veces ni siquiera expresadas) la tarea de interpretarla es ciertamente más ardua. Tanto que a menudo nadie podrá sostener que ha dado con las pautas exactas: estas quedarán para siempre sometidas a la especulación. Mallarmé, al apartar al simbolismo de lo que es experiencia sensorial para aplicarlo a un platónico sistema de esencias no objetivas, borró en buena medida, y para siempre, las huellas que llevan a él. Las sensaciones no forman al fin y al cabo un repertorio demasiado vasto. En cambio, la ideación no sólo es inagotable, sino imprevisible. Por eso Mallarmé confesó cierta vez (como antes Browning) que a veces no comprendía por la mañana lo que escribiera la víspera y que su poema sólo aceptaba correcciones formales.”

Pablo Mañé Garzón, introducción a su traducción de “Poesía completa”, de Stéphane Mallarmé, Ediciones 29, Barcelona, 1979.




Viernes 4 de julio

“El capitán Alatriste”, novela de Arturo Pérez-Reverte.
Ganador: Marcelo Perenchio, quien esta vez ofrece un trueque entre este bestsellerista español y…


“Hacia los diez años, más o menos, escribía poemas infantiles que, como todos los poemas infantiles, no eran exactamente obras de arte, y en la primera adolescencia –con un bagaje cultural que solo comprendía a los modernistas y algunos poemas de Verlaine, trabajosamente descifrados del original con mi francés de escuela secundaria- escribí poemas adolescentes que tampoco eran en rigor obras de arte sino desahogo emocional en verso. Con una carpeta de esos versos visité en Rosario a los editores de la revista de poesía ‘Cosmorama’. Ellos vieron de qué se trataba, la depositaron discretamente sobre un piano y se pusieron a educarme. Comenzaron haciéndome leer a Ricardo Molinari, Rilke y Ungaretti. Recuerdo que por esa época leí también una versión del Tao Te King, cuyo lenguaje me impactó por lo escueto y profundo. Recuerdo que un día de invierno estaba yo en el patio del colegio Cristo Rey –tenía dieciséis años- mirando las ramas desnudas de los plátanos, cuando escuché una voz que me decía: “Las ramas tienen su actitud cada una”. Transportado, me fui a mi casa, me recosté, me tapé con una manta liviana y en un estado intermedio entre el entresueño y la supraconciencia compuse mentalmente el poema ‘Misión’. Luego me levanté y lo escribí. Acababa de descubrir por experiencia propia lo que es un verdadero poema, un poema como obra de arte del lenguaje. Recuerdo que la tarde de ese mismo día se lo llevé a la codirectora de la revista, Nelida Esther Oliva, quien me dijo: “¡Por fin, Hugo! ¡Esto es poesía!”. Y lo publicaron en ‘Cosmorama’
(…)
“Volviendo a ‘El árbol de la culpa’, debo decir que con el advenimiento del amor definitivo y el abandono también definitivo de las religiones judeocristianas a favor del taoísmo, el budismo y el hinduismo, desaparecieron mis problemas existenciales de juventud y me instalé en una serenidad madura. La palabra clave de ese período es ‘atención’., un término muy usado por el budismo y una disciplina muy usada por los budistas, tanto en la práctica religiosa como en el cultivo de las artes como en la vida cotidiana. En esta clave escribí los ‘Poemas 1960-1980’, que reeditaré próximamente con el título de ‘La atención’”.

“La belleza como ejercicio”, de Hugo Padeletti (Parrafista 353, 26 de junio de 2008) en Cultura y Nación de Clarín, jueves 23 de enero de 1992.

4 comentarios:

Fernando Terreno dijo...

Muy bueno el cambio (de Padeletti por el otro, ese de plástico).

Marta dijo...

Aunque les parezca de plástico, miren, miren lo que escribe Pérez-Reverte en El Club Dumas:

"Es la regla: nada de nombres, nada de protagonismos... Como puede ver, el asunto es algo erudito y un poco infantil al mismo tiempo; un juego literario y nostálgico que rescata algunas viejas lecturas y nos devuelve a nosotros mismos tal como éramos; con nuestra inocencia original. Después uno madura, se hace flaubertiano o stendhaliano, se pronuncia por Faulkner, Lampedusa, García Márquez, Durrell o Kafka... Nos volvemos distintos unos de otros; incluso adversarios. Mas todos tenemos un guiño de complicidad al referirnos a ciertos autores y libros mágicos, que nos hicieron descubrir la literatura sin atarnos a dogmas ni enseñarnos lecciones equivocadas. Ésa es nuestra auténtica patria común: relatos fieles no a lo que los hombres ven, sino a lo que los hombres sueñan."

¿No se les ocurre ningún juego literario que pueda encajar en esta descripción? A mí sí.

Marcelo Perenchio dijo...

Yo, argentino. Sólo lo llamé "bestsellerista". Y agrego que no necesariamente siempre los millones de moscas están equivocadas...

Fernando Terreno dijo...

Pido disculpas por mi comentario innecesario. Se trata simplemente que a todos no nos gustan las mismas cosas, por suerte. Y encima, ese párrafo está bueno.
Un abrazo a ambos.