Esa anécdota yo la había escuchado atribuida a Miguel de Unamuno. No sé si el autor de la reciente “Niebla” Parrafista sufrió cárcel, pero, en todo caso, después de un exilio o de una expulsión de la universidad, cuando pudo volver a su cátedra, tras largo tiempo, empezó la primera clase diciendo aquello de: “Como decíamos ayer…”. Como haciendo abstracción o restándole importancia a sus padecimientos personales, o a los vaivenes de la historia toda (o como ridiculizando el ostracismo decretado por el enemigo), y poniendo el énfasis en la enseñanza de su filosofía.
No sé adónde lo escuché o leí, pero seguramente estaba equivocado o yo recuerdo mal al protagonista, porque la otra noche Hugo refirió esta historia en relación a Fray Luís de León, y no dudo que él la conoce mejor y está seguro de su fuente, porque dijo que esperaba con ansias la noche del poeta y místico español para contar aquello. Realmente, una fervorosa anécdota.
Y como yo decía ayer (pero ayer mismo), terminábamos anoche una semana mutilada. Con un primer y un cuarto programa faltante, llegábamos al Párrafus 400 (llegaba, me sentía yo) un poco como descuartizados. ¡Y de un crimen, con descuartizamiento incluido, nos habló el comienzo de la lectura de anoche!
¡Qué fuerte! Debe ser el comienzo de novela más violento de toda la literatura argentina. (Aunque habría que ver lo del tan mentado Osvaldo Lamborghini.) ¡Qué bárbaro, Luís Gusmán! Y con veintipocos años, como dijeron en la charla con Hugo que tuve oportunidad de compartir. Porque el ganador, ¡qué hijoputa!, otra vez fui yo. Y, una vez más, sin haber leído el libro.
Solamente conocía la fama de “El frasquito”, nunca lo pude conseguir, pero creí que el escándalo que provocó con su aparición, en 1973, se debía a un condimento erótico un tanto excesivo o novedoso. Me parece recordar que también estuvo prohibida por alguna de las censuras de aquella década, junto a “La boca de la ballena” y una de Manuel Puig. Creo que leí la crítica en una revista Panorama de las que me regaló mi viejo amigo Pablo en ocasión de una de sus mudanzas. Pero ahora, después de lo que escuché anoche, me explico mejor su impacto en aquel entonces.
No sólo de erotismo o sexualidad brutal se trata, parece, sino de brutalidad policíaca, de crimen con descuartizamiento, de esoterismo macabro, violencia verbal, vocabulario soez, gritos, golpes y otras lindezas de esas.
¡Y qué lectura, Hugo! A veces se posesiona el tipo, ¿eh? Cuando lee poesía también, pero eso no me llega tanto porque, excepto contados casos, ese género, escuchado o leído, “me hace ruidito”, como se dice ahora. Pero anoche, ¡la puta! ¡Qué fuerza, Hugo, en esa bruta primera persona! Cuando lee: “’¡Maldito coyote!’, gritan los policías, y se abalanzan sobre mí para pegarme”. O cuando dice: “La madrecita grita: ‘¡Hay que matarlo! Lo mató porque quería las dos tetas para él, por angurria. ¿Ahora qué va querer matarme el paraguayito?” ¿Y las primeras palabras? “Decime, nena ¿cuántas veces te dije, vas a quedar? ¿A vos te parece que por un minuto de placer te iba a dejar con un hijo?” Esto es un comienzo potente, sugestivo y atrapante. No como esos ganchos estudiadamente transgresores con que se inician algunas novelas de ahora; como esa “Rabia” que me gané la vez pasada, con esa pareja que en el telo debate acerca de la entrega y/o la obtención de “la cola”; algo que después, encima, queda en la nada.
La introducción a otro de los libros que gané en Párrafus, una antología con textos acerca de Venecia, es lo único que leí de Luís Gusmán. Una vez hojeé en una librería de Lomas “La música de Frankie”, pero, a pesar de la oferta, no lo compré. También escribe críticas, o escribía, en Página 12, y tengo algunas. También es psicoanalista, ¿no?, o escribe sobre eso. Como Pacho O´Donnell. Pero Gusmán, a pesar de conocerlo poco, siempre me cayó bien y me resulta sumamente respetable. Además, anoche, ese tono tanguero o amodorrado me sonó querible. Voy a ver si en algún momento, próximamente, cuando cobre el nacimiento de Esteban, por ejemplo, me permito un gasto extraordinario y me consigo alguna de sus novelas –que sólo se ven nuevas y carísimas. Por ahora, vamos a explorar ese libro con sus cuentos que me gané anoche. Espero que ese cambio en su estilo que mencionó anoche (“Aquellas cosas solo pueden escribirse a los veintitantos”, dijo) no le haya restado potencia. O, lo que es lo mismo, que no se haya vuelto excesivamente lacaniano.
Y bueno, se fue el Párrafus 400. Y la martingala-mántrica con que terminaba mi texto de ayer me dio resultado. Después seguí hasta la medianoche fijándome en la lista de lecturas; qué fueron los 25, y los 75, y todos lo 0, y después recité la lista completa, y después de atrás para adelante, y por ahí me iluminé y me dije: “Bueno, es simple: el que ganó 71 veces tiene más chances de ganar otra vez que todos los demás.”
¿O no es así? ¿No? Bueno, esta vez, sí.
Y ahora son 72 de 400. Exactamente, hoy por hoy, el 18 %. Y si no que lo diga la profe Zander.
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