Ayer Hugo comentaba graciosamente la petición de Pacho O´Donnell de anteanoche. “Llamame otra vez, otro día…”, se había despedido O´Donnell.
La charla, en verdad, había sido simpática y sustanciosa. Hugo lo sacó al aire en ocasión de leerse su pieza teatral “Escarabajos”, y en la amenidad del diálogo se notó que en algún momento compartieron la redacción o, al menos, las páginas de la revista “Humor”. Pero anoche le aclaró, a través del programa, que por ahora no se repiten autores, así que ese nuevo llamado quedará para un futuro asaz lejano, o para una plática en privado. O (me acota Cristina) para cuando alguna noche O´Donnell participe como ganador del juego.
Pero antes, en la charla (en la que también, al principio, intervino la ganadora, Verónica Cornejo), Pacho lo mató al Huguito. Queriendo elogiarlo, sin duda, pero con alguna inexactitud, lo destacó como uno de los precursores de la hoy tan vigente moda autoreferencial de la televisión, con un programa que Paredero desarrollara junto a Horacio del Prado en la vieja ATC.
Yo recuerdo vagamente aquel ciclo, pero creo que poco tenía que ver con la actual sucesión de refritos y glosas en la que consisten tantos programas. En todo caso, es de creer que la calidad de Hugo y de del Prado conseguiría en aquellos tiempos muy distintos resultados, aún con un formato parecido al de los ciclos de hoy en día, puramente publicitarios y escandalosos.
De todos modos, he de decir que quizá, en mi apreciación del malentendido suscitado por las palabras de O´Donnell, influya la antipatía que éste siempre me generó. Recuerdo su paso como secretario de cultura de la municipalidad de Buenos Aires, en los inicios del gobierno democrático de 1983; recuerdo un título de un reportaje de aquel entonces (creo que en “El porteño”): “La verdadera cultura es siempre opositora”. Entonces, ¿aquel oficialismo era o hacía cultura falsa? Pero, más allá de esto, que constituye un brete en el que no debiera meterme, y más acá del casi nulo conocimiento de su obra, lo que nunca me gustó de don Pacho (a quien entonces algunos llamaban “Facho” O´Donnell) es su tono de voz, que siempre me sonó entre “señora gorda” y empastillado. Pero eso es todo, uno más de mis prejuicios. No me hagan caso.
De su obra sólo leí “La seducción de la hija del portero”, un libro de cuentos de 1975 (mismo año de “Escarabajos”, si no escuché mal), que hace un tiempo compré en oferta. El cuento que da título al volumen empieza así:
“Al principio era salada y al final tenía gusto a vainilla. Una mezcla de vainilla y romero. Divina la conchita. Lampiña, apenas una suave pelusa. ¿Alguna vez tocaron terciopelo? Muy parecida al terciopelo. Lo que más me impresionaba era, no sé cómo decirlo, siempre me impresionaron las cosas flamantes y la conchita de María era una de las cosas más flamantes que he conocido en mi vida.”
Prometedor comienzo, buena sorpresa en las dos últimas palabras del relato (de esas sorpresas que obligan a leer nuevamente todo el texto), pero, evaluándolo en conjunto con los demás cuentos, me pregunto si hoy en día a un joven literato se le aceptaría para la publicación un libro como ese. Flojo, muy flojo para mi gusto, pero, en cualquier caso, inicio de una carrera ininterrumpida y prolífica, que en los últimos años derivó insensiblemente hacia lo histórico, mediante obras teatrales o ensayos. Pero, para lo histórico, prefiero a Felipe Pigna.
En algún momento se lo presentaba también como psicoanalista, ¿o me equivoco? ¿En qué habrá quedado aquello? Tengo presente un programa de entrevistas que hace unos años llevó adelante en canal 7; recuerdo especialmente una conversación con Fernando Arrabal. En ese programa sí me interesó el tipo, pero, en líneas generales, la antipatía persiste.
¿A alguien le importará?
Como sea, se trata de un autor importante del panorama literario nacional y merecía hacer su paso por Párrafus. Ya está.
Chau, Pacho. Hasta…¿la próxima?
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