Justamente en septiembre, cuando el servicio que prestamos cumple un año en este simpático banco del microcentro porteño, se producen finalmente las novedades laborales que varias veces temí, que siempre se temen, se presagian y se producen en esta triste actividad que me ocupa.
Lo percutaron –valga la jerga- a Marcelo.
No a mí, no teman. Al otro Marcelo.
Aquel al que mencioné una vez (la noche que gané con “El silencio de los inocentes”, de Thomas Harris) en relación a su enaltecedora afición a la lectura. Aquel compañero en quién, por primera vez en diez años de trayectoria vigiladoril, encontré una cierta afinidad a partir de esa común delectación libresca. El que me cargaba por mis lecturas, que a su juicio son un tanto más elevadas, o difíciles, o pretenciosas que las suyas. El aficionado a la historieta, las novelas bélicas o de espionaje y los libros o revistas sobre armas y guerras. El cuarentón de gafas (anacrónico nerd) que me bajó de Internet a un CD canciones desconocidas de Paco Ibáñez... Ese Marcelo, ese compañero con quien compartíamos las lánguidas guardias de sábados y domingos, ya no estará con nosotros. Precisamente, porque a veces compartíamos demasiado... Pero, para no revelar detalles del servicio (de índole ultrasecreta e hiperclasificada), digamos que en una de las reestructuraciones de diagramas y personal que son habituales en este rubro, ahora, acá, en el banco, lo perdemos a Marce.
Aclaro que esto no significa un despido; él no se queda sin trabajo. Sigue empleado por la empresa, pero es trasladado a un nuevo “objetivo”, como decimos nosotros. Algo para lo que hay que estar siempre preparado; algo que a mí generalmente me lleva a ser frío y distante, y me impide, casi siempre, encariñarme con los lugares y los compañeros; para sufrir menos después, cuando el servicio se termina, se achica o se dispersa.
Del finado Marcelo, entonces, hoy, primer domingo que pasamos sin él (domingo negro), quería contar que no voy a recordarlo tanto por el intercambio o la disputa en torno a la literatura, sino por su música.
Cuando le nombré a Paco Ibáñez, encargándole que me buscara algo con su banda ancha hogareña, no sabía de quién le hablaba; me preguntó si no me confundía con Paco de Lucía, a quien sí, vagamente, conoce. Porque lo suyo, aunque ecléctico, es lo clásico; clásico en el sentido de reconocido, o comercial, o popular; lo que más se difunde por la radio, en una palabra. De acá y del mundo. De ahora y de antes.
Y de antes, justamente, de su adolescencia y primera juventud, Marcelo conservaba hasta hace poco los cassettes que se compraba: Neil Diamond, George Benson, Paul Williams, Tom Jones, Dionne Warwick, Suéter, Zas. Y decenas de TDK donde grababa música de las FM de los 80...
Con los TDK empezó todo. No recuerdo si yo le hablé de Parrafus y mencioné que grababa el programa. Creo que no, porque eso fue a la vuelta de mis últimas vacaciones, y él ya me había traído cassettes antes. No sé, no recuerdo entonces a cuento de qué, pero el tipo había ofrecido regalarme sus viejos TDK. Acepté y me trajo unos cuantos, que después, efectivamente, empecé a usar para grabar Párrafus, porque el par de cassettes que yo venía utilizando y reutilizando ya estaban muy maltrechos.
Antes de borrarlos, como música de fondo mientras escribía, algunas veces escuché las grabaciones de Marcelo. Lo dicho: música en inglés de FM de los 80; con algunas perlas, sí, como Steely Dan o Daryl Hall y John Oates, pero igual después usé esos cassettes sin contemplaciones.
Me causaba cierta melancolía escuchar aquello. Recordaba cuando yo también pasaba largas tardes y noches solitarias escuchando la radio (otras radios), grabando a veces algo “para volver a escuchar cuando sea viejo”, y pensaba en las tardes y noches solitarias de ese otro solterón que es el compañero Marcelo (solterón como era yo... que ahora pasé a ser un padre soltero), y la conciencia de esos perdidos años de soledad me deprimía. Por eso también borré todo.
Y después, hace poco, vino lo inexplicable. Marcelo me ofreció también sus otros cassettes. Y yo otra vez acepté, y me los trajo.
El otro día los miraba en casa de mi vieja, adónde debí llevarlos por razones de espacio (y porque Cristina no soporta semejante cosa vetusta y llena de polvo), y leyendo los lomos de esas altas pilas (¡Barry Manilow en castellano!) me preguntaba: ¿Qué hago yo, cultor de Paco Ibáñez, de Amancio Prada, de Joaquín Diaz, con “esto”? Por supuesto, no escuché ni el cinco por ciento de lo que me llevé; sólamente Carpenters, Rubén Blades, algo de Zas. Y después pensaba: ¿para qué los traje? Marcelo me dijo que, si no me interesaba el material, podía usarlos también como cassette virgen, para regrabar. Pero con los TDK tengo para rato –hace mucho que yo no tengo tiempo para grabar música (mi música) de la radio. Y, además, yo le había dicho que no podría borrar eso.
“Esta es música que te gustó, que te gusta todavía en muchos casos”, le dije; “ya sé que ahora podés bajar y tener todo de nuevo en el MP3 o en el celular. Pero estos son cassettes que te compraste, que te costaron tus mangos. ¿No te acordás cuando los llevabas nuevos a tu casa y los ponías por primera vez? ¿No los compartiste después, los prestaste o se los hiciste escuchar a alguien? ¿No te traen recuerdos? ¿No te acordás? Yo no entiendo cómo podés deshacerte así de esto. Cómo no te conmovés ¿Y querés, encima, que yo los borre?”
Me los llevé. A lo de mi vieja. Los apilé por ahora en un estante de la biblioteca, delante de una fila de libros; antes les saqué el polvo, reparé alguno al que le faltaba la esponjita o un tornillo o tenía la cinta cortada. Leí las láminas y encontré algunas sorpresas. Por ejemplo, Andrew Lloyd Webber y T. S. Eliot como autores de un tema de Barry Manilow: “Recuerdo”. Tom Jones cantando el tema de “La pantera rosa ataca de nuevo”. Neil Diamond haciendo una canción de Leonard Cohen. No escuché casi ninguno, pero ahí se quedan, conmigo, con los míos, para cuando sea viejo.
Y de Neil Diamond, justamente, la otra mañana, estando de franco, cuando otro compañero me llamó avisándome lo de Marcelo, busqué y puse aquel tema tan pedorro, “Mañana de septiembre”, para empezar a recordar con su música al compañero perdido.
Buena suerte, Marce.
1 comentario:
Lamento el cambio, siempre es agradable tener un buen compañero de trabajo, espero que el nuevo sea potable.
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