jueves, 4 de septiembre de 2008

Los estables y los nuevos

Agosto empezó y terminó con oyentes que ganaron por primera vez: Eduardo González, de Témperley, y Leopoldo Argañaraz, de Villa Crespo. Y ambos con autores nacionales: Juan José Saer y Juan Carlos Ghiano. Ahora, en la primera semana de septiembre, ya se suma también Ariadna Quaini, oyente de Saavedra, que ganó anoche con la arriesgada novela de Eugenio Cambaceres (otro argentino) “En la sangre”.
Lo dijo Hugo: que nos acercaba esta obra con alguna prevención. Tenía miedito de que el juego “no saliera”, parece. Hacía tiempo que nuestro conductor no expresaba una preocupación semejante; hace tiempo, también, que no tenemos un Ininterruptus. (A propósito: ¿para cuándo las segundas –o terceras- chances con los autores pendientes de elucidación?)
Alguna chance hubiera tenido yo anoche si Hugo elegía “Sin rumbo”, la otra novela conocida del decimonónico Cambaceres. Salió hace un montón de años en una colección que venía con la revista “Siete días”; creo que la compraba mi hermana, o mi cuñado, pero “Sin rumbo” la tengo yo. La hojeé varias veces en aquellos años de la pubertad, cuando descubrí que contenía ciertos pasajes rijosos, pero nunca la leí completa. Ahora, hace un rato, vi en Internet que trata de “un asunto de patología sexual”. ¡Con razón!
Otras dos novelas de Cambaceres son “Potpourri” y “Silbidos de un vago”. Este título me gustó, aunque la reseña que leí dice que estas dos son obras más primitivas y deshilvanadas. El autor Parrafista de ayer murió en París a los 45 años.

Y anteayer, desde el trabajo, gané con Norman Mailer, a quien por fin nos regaló el Huguito. Al fanfarrón y pendenciero norteamericano (que tenía con qué) lo visitamos a través de su primera novela, “Los desnudos y los muertos”, de 1948. Y como es otro de los pocos autores que aparecen en ese libro de entrevistas que mencioné hace poco (a propósito de Toni Morrison), los dejo con él. Yo voy al baño y después vuelvo.

“En 1959 Norman Mailer hizo un resumen de sí mismo en cuanto escritor en ‘Advertisements for Myself’ (‘Anuncios para mí mismo’): ‘La amarga verdad es que soy prisionero de una percepción que no se conforma con menos que con hacer una revolución en la conciencia de nuestro tiempo’.
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“Atrae la atención de los medios, aunque tiene una actitud ambigua y hostil hacia los medios de comunicación masiva. Aún en ‘Pieces and Pontifications’ (‘Fragmentos y pontificaciones’), 1982, comenta con desconcierto que la televisión lo distorsiona y alega que la fría y reductiva escala de la pantalla de tv no comunica su apasionado punto de vista, mientras que el ronroneo lacónico y el ingenio irónico de un Truman Capote llegan vívidamente al público.
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“CR: -Me sorprendió descubrir que el título ‘Executioner´s Song’ (‘La canción del verdugo’) venía de un poema que usted había escrito mucho antes que el libro. Este tema le interesó durante mucho tiempo, pues, y en cierto sentido ‘La canción del verdugo’ es un título que busca una obra que lo encarne.
NM: -Adoro el título, sin duda. En un momento pensé en poner el poema titulado ‘Executioner´s Song’ al principio de la novela y usarlo como epígrafe, pero en verdad no congeniaba con la novela y pensé que causaba más confusión de la necesaria. Ahora pienso que podría haberlo usado. Podría ser la voz de Gary Gilmore hablando de sí mismo. Pero quería que el libro fuera muy sencillo, porque pensaba que estábamos tratando con tales complejidades que lo ideal era mantener la mayor sencillez posible durante el mayor tiempo posible. El título se me quedó en la mente, y muy pronto lo vi como título para el libro. No me importó no usar el poema; pensé: Eso es legítimo, hice esto antes. ‘The Naked and the Dead’ (‘Los desnudos y los muertos’) era el título de una obra sobre una clínica mental; la escribí mientras estaba en la universidad. La obra nunca salió, pero el título quedó. Me ocurrió dos o tres veces en mi vida que un buen título quedara colgando. Recientemente respondí a un cuestionario que preguntaba si tenía algún título que aun no hubiera usado y que quisiera usar. Tengo uno, ‘El santo y el psicópata’, y sólo estoy esperando el libro adecuado.
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“NM: -(…) El hecho de que un hombre sea violento no significa que esté del todo fuera de la valla. Puede estar fuera de la valla para la mayoría de la gente y la mayor parte del tiempo, pero suponer que un asesino no debe considerarse dentro de la misma escala humana que nosotros es, a mi juicio, una de las raíces de todo mal. Por cierto, es el cimiento de esa clase de complacencia que crea estancamiento social. Creo que cuando alguien tiene talento, representa algo especial en el cosmos; es decir, es una victoria contra la entropía, si usted quiere.
“CR: -Usted cree que los marginados sociales tienen un cúmulo especial de conocimientos que es inaccesible para nosotros y falta en nuestra cultura. Usted siempre quiso introducir esa clase de talento en bruto y aculturarlo mediante la escritura.
“NM: -Bien, tome otro ejemplo. Mire lo que hizo Genet por la cultura francesa. Obviamente no se puede comparar a abbott con Genet en la misma frase. Genet es un gran escritor; es un genio, y Abbott era un joven talentoso que podría haber evolucionado o no hasta ese extremo. Pero nadie mencionó jamás las cosas maravillosas que hizo Genet, no sólo por la mentalidad intelectual francesa sino por la idea de los franceses acerca de sí mismos. El extraño orgullo que cobraron por Genet. He aquí a uno de los peores que termina siendo uno de los mejores, y todo porque es francés. Sólo en Francia puede haber sucedido esto… y quizá tengan mucha razón”.

Este Abbott que se menciona, cuyo caso ocupa gran parte de la entrevista, es uno que asesinó a un tal Richard Adan, “joven actor y dramaturgo”. Parece que el tipo, desde prisión, empezó a escribirle a Mailer, quien después lo ayudó a recopilar esas cartas en un libro que se llamó “En el vientre de la bestia”. Y parece que cuando el fulano salió en libertad y volvió a mandarse alguna macana, toda la opinión pública le saltó al cuello a Norman.
El libro de donde extraigo esto, lo repito, es “Entrevistas con escritores norteamericanos”, de Charles Ruas, traducido en 1986 por Carlos Gardini para editorial Sudamericana. Y ahora son cuatro los autores de ese índice que pasaron por Párrafus.

Y también dirigió cine Mailer. Yo tengo una película suya; está basada en su propia novela “Los hombres duros no bailan”, pero la editora de video argentina le puso “Los hombres duros no tiemblan”. Es una historia medio densa sobre crimen y droga, con una extraña relación padre-hijo en el medio; trabajan Ryan O´Neal y la Isabella Rosselini.
Y a propósito de mis viejos videos, el otro día quedé debiendo un dato sobre la adaptación de “El tunel”, de Sábato, aquella película con Peter Weller, Jane Seymour y Fernando Rey. Me fijé en casa de mi vieja y ahora puedo precisar que el director español se llama Antonio Drove, quien también escribió el guión junto a Agustín Mahieu (que, si no me equivoco, es argentino) y un tal Carlos Cornejo... Y a propósito de Cornejo, pido disculpas al público oyente que esté harto de mí, pero esta semana, ante las victorias de Mario Tsolakián y de Verónica de Lugano, me esmeré para ganar también yo, no sea cosa, todavía, que estos dos se me acerquen demasiado a la punta del certamen 2008, ¿no?

Volviendo a agosto, quiero hacer mención de una protesta que, al igual que la reseña completa de la semana pasada, me fue impedida por una circunstancia de fuerza mayor. Ahora ya pasó, y que quede así, pero elevo mi queja a la producción del programa con el fin de solicitar mayor prolijidad para los meses venideros.
Resulta que el señor Paredero otorgó el libro extra por ser el más rápido del mes al profesor Alberto Lagunas, de Rosario, quien respondió en 31 segundos que la lectura era “Primero sueño”, de Sor Juana. Pero primero fui yo, según los 25 segundos que se me computaron en ocasión de mi victoria con “Niebla”, la novela de Unamuno. Obra en mi poder la grabación del programa, donde Hugo así me lo comunica. Para verificarlo (por si había oído mal), tomé el tiempo yo mismo mientras me escuchaba de nuevo (esta vez sin tocarme), y el cálculo es exacto: desde que la lectura se inicia hasta que suena el timbre, pasan 25 segundos; hasta que Hugo saluda, ponele, 26; hasta que yo respondo, 27 o 28, o ponele 30, pero nunca 31. ¿Entonces? ¿Por qué gana el profe de Rosario?
Bueno, está bien. Ya dije: dejémoslo así. Alberto, por su autentica sapiencia y su amorosa relación con los libros, se merece un premio especial. Pero, yo pensaba, ya que sobró un libro por declararse desierto el certamen de agosto…

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