lunes, 24 de marzo de 2008

Los otros Parrafistas IX

En la mañana del 12 de octubre de 1929, un transatlántico atracó en Puerto Nuevo, trayendo a bordo al piloto civil Antoine de Saint Exupery, de 29 años. La Compañía Aeropostal la Argentina, filial de la Compagnie General Aeropostale, se había instalado en la Argentina para explotar el traslado de correspondencia aérea, y Saint Exupery, que había volado en Africa y Europa, fue nombrado inspector de la zona. Las oficinas de la nueva empresa estaban en la calle Reconquista y Saint Exupery alquiló un departamento cerca de allí, en el sexto piso de la galería Guemes, con entrada por Florida 165.
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Saint Exupery no conocía a nadie en la Argentina, por lo que se limitaba a convivir con el resto de los pilotos franceses y miembros de la compañía. Su desahogo eran las cartas que enviaba a su madre y a algunos amigos íntimos en Francia. "En esta ciudad soy un prisionero... Buenos Aires, ciudad lúgubre, se diría un pastel mal cocido... gentes tristes y ni un lugar donde pasear. Los arquitectos volcaron su genio en privarla de todas sus perspectivas... Detesto tanto la Argentina, y sobre todo Buenos Aires... una enorme ciudad de cemento... me pregunto cómo puede penetrar la primavera a través de estos millones de metros cúbicos de cemento. Pienso que en verano, un geranio en una maceta, se muere..."
(...)
En el sexto piso de la galería Guemes, Saint Exupery padecía su soledad. Para combatirla adoptó un cachorro de foca que vivía en la bañera y al que la portera alimentaba durante las ausencias del dueño de casa con canastas de pescado fresco. Pero el piloto solitario tiene una descarga: escribe y corrige incansablemente uno de sus más bellos libros, Vol de Nuit (Vuelo nocturno). Le cuenta a su madre: "Escribo un libro sobre el vuelo nocturno. Pero, en su sentido más íntimo, es un libro sobre la noche." El primer manuscrito tiene cuatrocientas páginas, pero queda reducido a poco más de cien. Le bastan para contar la odisea de un hombre solo que desafía la inmensidad de la noche sobre el cielo.. Vuelo nocturno condensa esa poesía de la libertad que es la música intransferible de Saint-Ex (así lo llamaban sus compañeros), su fervor por la aventura como dimensión donde habita lo mejor del hombre. Sus descripciones de los campos y pueblos del sur del continente vistos desde el aire en la alta noche son inolvidables. También Buenos Aires, esa cuadrícula interminable de luces, es un espectáculo difícil de olvidar; a condición de que se la vea desde el aire: entonces, dice, ella es como "un fondo del mar".

"Al pie de la letra - Guía literaria de Buenos Aires", Alvaro Abós, Grijalbo, 2005

(Antoine de Saint Exupery, Parrafista 114, 28 de diciembre de 2006)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Marcelo, aunque tarde pero encontré su comentario acerca de Saint Exupery . Es bueno pero como allí se explicita algo del contenido del excelente librito “Vuelo Nocturno”, no puedo dejar de agregar una interpretación distinta a la de su fuente, para alentar su lectura.

En el relato de Saint-Exupery, la Empresa a la que alude intentaba consolidar los vuelos nocturnos para competir ventajosamente con otros medios por transporte del Correo principalmente - también se menciona el traslado de pasajeros. Específicamente el relato se concentra en el día en que los vuelos desde Chile, Paraguay y “desde el estrecho de Magallanes” debían confluir antes de la medianoche hacia Buenos Aires, para que de inmediato la carga partiese en otro avión cruzando el Atlántico.

En 1930 los vuelos regulares sólo eran diurnos porque la navegación era “visual”. Y como no había infraestructura, debían basar toda la operación en la previsión, la coordinación, etc, pero notoriamente debían contar con la mejor predisposición de todo el personal. Lo importante era ganar horas.

Acerca del vuelo desde Patagonia, cabe aclarar que el piloto no volaba solo, sino que era acompañado por un radioperador. Este, manipulando Código Morse emitía mensajes y anotaba en papel lo que lograba “pescar” entre interferencias: estados del tiempo en la ruta, comunicación con la central, etc. Luego, le alcanzaba el mensaje al piloto por sobre el hombro, porque el ruido del motor les dificultaba hablar directamente. Volando en medio de tormentas, el radioperador permanentemente tenía que interrumpir toda comunicación recogiendo el hilo colgante de la antena, por el temor de atraer rayos!

En el relato, el personaje central y excluyente es realmente el Director, quien debía sostener en soledad la factibilidad del negocio, como que también estaba encargado de instruir, convencer y controlar a la totalidad del personal de la Empresa. El valor del relato surge del alcance de las reflexiones de este funcionario cuyas decisiones , aunque duras y discutibles, resultaban necesarias con vistas al “progreso”.

Por otra parte, no debe extrañarnos que el Conde Saint-Exupery, entre sus comentarios, le recomiende a su madre que “ni se le ocurra venir por la Argentina”: habrá que atribuirlo a que los años `30 resultaban tan poco agradables para los extranjeros como desventurados para los argentinos de a pie?

Suerte!