jueves, 13 de marzo de 2008

Seudónimos

Mark Twain se llamaba Samuel Langhorne Clemens (1835-1910). Tomó su nombre literario hacia 1860, cuando trabajaba en vapores comerciales que recorrían el Mississippi.
Cuando los pilotos mandaban a sondar la profundidad del río, para evitar encallar en los bajos y asegurarse que hubiera más de 2 brazas de profundidad, indicaban al grumete de proa: ¡mark twain! (¡señalen 2!)
2 brazas = 2 x 1,83 metros = 3,66 m
La profundidad se medía con una plomada y luego al recoger el piolín estirando los brazos, se contaban las “brazas” de hilo mojado o los nudos que las marcaban. Prueben a hacerlo y verán que hay aproximadamente 1,80 desde una mano a la otra, estirando los brazos.

Pablo Neruda se llamaba Neftalí Ricardo Reyes (1904-1973). Tomó el apellido hacia fines de 1920, de Jan Neruda, poeta y cuentista checoeslovaco, del siglo XIX. Posteriormente J. Neruda; junto con otra escritora de la misma época, Bozena Nemvová, fueron rescatados como autores de los mejores cuentos populares checos por Julius Fucik.
Un tiempo después, en 1943, Fucik, también escritor, fue asesinado por los ocupantes alemanes.


Carlos Monsiváis (1938), escritor mejicano, firmó algunos de sus trabajo como Bruno Díaz. Acá es un poco más gracioso,ver de dónde lo tomó.

1 comentario:

Santiago dijo...

Después de todo, cabría que preguntarse que cosa horrible que son los nombres. Toda nuestra vida estamos sujetos a nombres, ¿somos nombres o tenemos nombres? ¿O en realidad no tenemos nada?
El nombre es nuestra primera abstracción, miserable y alienadora.
Quizás cambiarse el nombre pueda ser una sátira fallida a ese ejercicio unánime de ese etiquetamiento masivo y totalitario