jueves, 6 de marzo de 2008

Primera semana de marzo

“En 1916 yo había leído mucho a Carlyle, ese gran escritor escocés enamorado de Alemania. Yo vivía en Ginebra, entonces admiraba a Carlyle y lo que el había escrito sobre Goethe, Schiller, Novalis. También yo había leído –traducidas- algunas páginas de Schopenhauer. Estaba yo en Suiza en plena guera mundial, en 1916, y resolví emntonces –tenía 17 años, más o menos- enseñarme alemán. La gramática es una disciplina que siempre me resultó atractiva. Entonces compré “El libro de los cantares”, de Heine, un pequeño diccionario inglés-alemán y me puse a leer...
“Al principio tenía que mirar el diccionario casi para cada línea. Pero recuerdo que al cabo de tres meses en esta tarea lloré. Sí, lloré, pero no solo por la belleza de este poema sino porque modestamente había conquistado ese idioma por mi propia cuenta.”

Jorge Luis Borges, “Una valoración de Kafka”, Clarín, Cultura y Nación, 30 de junio de 1983

4 de marzo

Segundo lunes consecutivo de poesía alemana en Párrafus.
El lunes de la semana pasada, escuchando la lectura de los “Himnos a la noche”, de Novalis, yo había pensado en Heine. Pero no pude ni arriesgar porque no conocía ningún título de este alemán –por supuesto, no acudió a mi memoria el añejo fragmento de Borges que hoy reproduzco. Este lunes, Heine llega al programa –y esta vez pensé en un español medieval. Se leyó “El libro de los cantares”, y la ganadora fue la oyente María Suárez, la Dama de... Coghlan.
Y a propósito de dachas en la campiña... Después de sus vacaciones, tras la posible visita a su pueblo, pareciera que el Hugo volvió con ganas de insuflarnos, al comienzo de cada semana, una bocanada de auténtica naturaleza –aunque sea escrita- por medio de estos dos exquisitos románticos de los consecutivos siglos XVIII y XIX. Bienvenido este aire fresco –aunque sea oscuro.

5 de marzo

El martes, ¡por fin! Los imbatibles teatreros Cornejo y López Motta vacilan tal vez unos segundos y me dejan ganar con este género. Es apenas mi tercera victoria, de 51, con una obra teatral. Claro, ya lo dije, no leo teatro. Estoy limitado, entonces, a la trabajosa deducción, y los que saben de verdad no te dan tiempo. Bueno, está bien: como dice Paredero, está bueno repartir, no hay que ser acaparador de laureles. Además, como decía Minguito: “Habiendo tantos lugares para dormir, vas a elegir esas hojas secas...”.
La obra que se leyó fue el sainete de Roberto Lino Cayol “El debut de la piba”, que, como dije, leí hace años en un delgado volumen de Eudeba. Me dan ganas de contar cómo llegó a mis manos ese librito (que era de Carlitos, un amigo de mi amigo Pablo que se iba a Cuba y antes repartió sus bienes por doquier), pero creo que ya es excesiva la injerencia de mi historia y mis cosas personales en este Blog. Nuestro conductor, en las últimas semanas, repitió un par de veces que le gustan más las anecdotas, los testimonios, las polémicas en torno a los autores y las obras que pasan por el programa. Señor Hugo Néstor, le pertenezco.

Sí pude arriesgar el miércoles, cuando se leyó al sueco August Strindberg, pero no la pegué con los dos títulos que alcancé a recordar (”Sonata de espectros” y “La señorita Julia”). A propósito, nobleza obliga: por una confusión en las anotaciones de los asistentes telefónicos, Hugo me atribuyó a mí los cuatro títulos que tiró Fernando Terreno (“Acreedores”, “El padre”, “Danza macabra”, “Sonata de espectros”) y dijo que “Perenchio estuvo cerca”. (Pero hubiera sido un milagro que yo ganara dos noches seguidas con teatro; pero me acuerdo de Alejandra Pizarnik: “Sería un milagro que G. me amara / pero debería suceder ese milagro / Debería suceder ese milagro / no solo por mí, sino por todos”) De todos modos, ninguno de los dos recordó el título correcto: “El pelícano”. Sí lo hizo Mario Solaquián, de Palermo Lector, que resultó el ganador de la noche.
Lo que puso en la pista a los tres fue la moneda. No el efectivo estímulo de un premio contante y sonante (ya que en Párrafus no alcanzamos todavía el esplendor monetario de las recompensas del programa de Susana, y entre nosotros apenas -¿?- disputamos por un libro), sino la mención de las “20.000 coronas” durante la lectura. Mario contó que eso lo rumbeó para el lado de la Escandinavia, dentro de la Escandinavia pensó en Ibsen –ya leído- y en Strindberg, y en la obra de Strindberg le resonó el graznido del pelícano, ese pajarraco ciertamente ártico, digo yo. Entonces ganó Solaquián, y se ganó “Danza macabra”, en la bella edición ilustrada que hizo el teatro San Martín, más valiosa para nosotros que una valija llena de dólares,,,

Primera semana de marzo sin cuento ni novela, entonces -como planeada para que yo no gane. Pero la grilla de nuestro conductor es así. Esta semana lo dijo: alguna vez podrán ser tres novelas seguidas, otra podrá ser enteramente dramatúrgica, otra poética, y tal vez, aunque anunció 600 lecturas sin reiterar autores, una noche puede venirse incluso con otra cosa de alguien ya leído. ¡La pucha! Si eso –esa dosificación de la grilla- no es sacar conejos de la galera y ponernos las cosas difíciles..., entonces yo estaba escuchando otro canal.

Pero, respecto de esto último, debo decir que el martes, después de nuestro nuevo encuentro en el aire, me quedé pensando que al final se había dado una especie de diálogo invertido: Hugo dijo algo que me hubiera correspondido a mí, y yo reflexioné con una mesura más propia de su experiencia. Dijo él que las bromas y pataditas que me tira a veces están basadas en el cariño y la admiración que le genero. Dije yo que así lo entiendo, como una gratificante humorada, y que para nada me lo tomo a pecho. Ahora declaro explicitamente que mis bromas y pataditas, como las del párrafo anterior, estas basadas en el cariño y la admiración. Y Hugo debería decir... Pero no, Hugo ya no debería responder; creo que estas amables polémicas y florilegios deben aburrir superlativamente, o incluso enervar, a su gentil audiencia, así que mejor... disimulemos.
Pero -volviendo-, ¿desde cuándo soy vocero de los oyentes? Cuando digo que se vienen tiempos difíciles, habló, por supuesto, de dificultades para mí. ¿Hablo de alguien más, alguna vez, acaso?
Fin.

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