Lunes 19 de mayo
“Mujeres enamoradas”, de David Herbert Lawrence
Ganador: Roberto López Motta
“Como la de Proust y la de Joyce, la obra de Lawrence es básicamente autobiográfica; procura por encima de todo que el lector comprenda su alma y su religión. Y su religión, como explicó en una carta escrita en 1913, “es una creencia en la sangre, en la carne, como dotadas de mayor sabiduría que el intelecto. Podemos cometer errores en nuestra mente. Pero lo que nuestra sangre siente, cree y dice es siempre cierto”. A Lawrence le parecía que su propio lance amoroso con Frieda, esposa de su profesor, había supuesto una maravillosa liberación de todos los problemas de su adolescencia y primera juventud. Y en todas las novelas que escribió a continuación, empezando por ‘El arco iris’, idealiza la esencia mágica de la relación entre un hombre y una mujer desnudos. Lo que le confunde es que las relaciones entre hombres y mujeres estén plagadas de conflictos. Al envejecer, adoptó la creencia crecientemente ‘machista’ de que la solución estriba en que la mujer reconozca la supremacía del hombre. Pero a su vez el hombre debe reconocer que ‘la sangre’ es más importante que el intelecto. Además, a su odio por el intelecto se unía la sensación de que la civilización moderna condena a la gente al aburrimiento y a la futilidad. La pregunta que Lawrence se formulaba era la siguiente: “¿Cómo puede el hombre escapar de este aburrimiento y de esta futilidad?” La respuesta que ofrece en novelas como “El arco iris”, “Mujeres enamoradas” y “La serpiente emplumada”, es su ‘religión de sangre’. Esto significa que todas sus novelas tratan de las relaciones sexuales entre hombres y mujeres, tema que para muchos lectores puede llegar a ser claustrofóbico. Pero a Lawrence le resultaba evidentemente agobiante no poder hablar claramente de la esencia de las relaciones sexuales: qué ocurre cuando un hombre y una mujer se desnudan. En “El amante de lady Chatterley” decidió hablar sin tapujos y resignarse a que le prohibieran el libro.
(…)
“En el capítulo 23 de “Mujeres enamoradas” aparece otro fragmento curioso, en el que parece hablar del mismo tema. Ursula se arrodilla frente a Birkin , en la alfombra situada delante de la chimenea, echa los brazos alrededor de sus gluteos y coloca el rostro junto a sus muslos. A continuación figura una descripción, demasiado larga para citarla, en la que ‘acaricia la porte posterior de sus muslos’ con la ‘sensible punta de los dedos’ y allí descubre un ‘misterioso flujo de vida’. ‘Aquí fue donde descubrió en él a uno de los hijos de Dios como lo fueron al principio del mundo, no un hombre, algo distinto, algo más’. ‘Ella cerró las manos sobre el macizo y redondeado cuerpo de sus glúteos, al tiempo que él se inclinaba sobre ella y parecía estar tocando la esencia del misterio de la oscuridad que era corporalmente él…’. Y ambos experimentaron simultáneamente ‘la plenitud maravillosa de la gratificación inmediata, sobrecogedora, emanando de la fuente de vida más profunda, la fuente de vida más extraña, honda y oscura del cuerpo humano, en la parte posterior e inferior de los glúteos’. Por fin aclara que lo que describe es que Ursula le chupa el pene, mientras le inserta un dedo en el ano. Asimismo, en el poema “Manifiesto” escribe:
‘Quiero que ella por fin me toque, ¡ah!,
La base y esencia de mi oscuridad…’
Colin Wilson, “Los inadaptados”, Planeta, 1989
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