viernes, 16 de mayo de 2008

Una tarde en el locutorio (Ciber-Reseña II)

Lunes 12 de mayo
"Cántico espiritual", de San Juan de la Cruz

Su verdadero nombre era Juan de Yepes y nació el 24 de junio de 1542 en Fontiveros, pequeño pueblo abulense perteneciente a Castilla y León, una comunidad autónoma de España.
Murió su padre cuando Juan tenía seis años; a los nueve años, se trasladó con su madre al abulense pueblo de Medina del Campo, en donde a los 17 años, ingresa en un colegio de jesuitas para estudiar humanidades.
El año 1563 toma los hábitos de la orden religiosa Carmelita, adoptando el nuevo nombre de fray Juan de san Matías; al año siguiente se traslada a Salamanca para cursar estudios de teología en su célebre universidad. En el año 1567 es ordenado sacerdote, y adopta el nuevo y definitivo nombre de Juan de la Cruz. Su ilustre paisana de Ávila, Teresa de Jesús, trabó gran amistad con él y le integró en el movimiento de la reforma carmelita que ella había iniciado.
En 1568 Juan de la Cruz fundó el primer convento de Carmelitas Descalzos, los cuales practicaban a ultranza la contemplación y la austeridad. Unos años después, 1577, sus intentos reformistas de las órdenes monásticas, le llevaron a sufrir 9 meses de dura prisión en un convento de Toledo, acusado de apóstata. De su cautiverio en aquella cárcel-convento de Toledo, nace la composición de su obra cumbre: "Cántico espiritual". En otras poesías se puede llegar a entrever en lenguaje subliminal, el relato que hace de su astuta y sorprendente huida en la madrugada del 15 de agosto de 1578, estando la fortaleza sobre un peligroso acantilado sobre el Tajo profundo que ciñe a Toledo.
Para huir de la prisión conventual toledana, contó con las influencias que ejerció su paisana Teresa de Jesús, ante la duquesa de Alba. Con su huida dio en refugiarse en un convento de Jaén y continuó con la reforma carmelitana, fundando varios conventos por Andalucía. En esta región llegó a ser nombrado Vicario Provincial de la orden de Carmelitas Descalzos; pero el buen Juan siguió con su obstinación de la reforma, lo que le llevó a enfrentamientos con la jerarquía religiosa y a sufrir nueva prisión en el convento de la Peñuela, en plena Sierra Morena, en donde culminó la escritura de sus principales obras literarias.
Cuando por fin es excarcelado y se dispone a cumplir con el traslado que se le impone a América, el 14 de diciembre de 1591, muere a la edad de 49 años.
135 años después, es elevado a la categoría de santo, por la iglesia católica.

CÁNTICO ESPIRITUAL

Esposa
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero,
si por ventura vierdes
aquél que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero

www.los-poetas.com


Martes 13 de mayo
"La regenta", de Leopoldo Alas

La Regenta es un fresco de la España de la Restauración. Clarín crea en su novela un microcosmos, Vetusta, por el que desfilan nada menos que ciento cincuenta personajes a los aplica el bisturí con mano certera, dejándonos ver sus entrañas. No estamos ante una novela histórica aunque el ambiente de la Restauración sea el marco preciso en el que se desarrolla la historia de Ana Ozores. Las referencias a los sucesos políticos de esos tres años en los que se desenvuelve la trama brillan por su ausencia. No era esa la intención del autor: el marco histórico y social se da por sobreentendido. Leopoldo Alas adopta una técnica de distanciamiento que va mejor con sus propósitos; por eso, la acción se desarrolla en Vetusta y no en Oviedo, aunque el lector que conoce Oviedo no deje de reconocer cada uno de los rincones de la descripción de Vetusta como una réplica de esta ciudad. La Regenta es sobre todo una novela psicológica cuyos personajes, tanto principales como secundarios, desnudan su alma no sólo ante el lector sino ante sí mismos. El marco histórico y social está presente porque en otras circunstancias, en otra sociedad, hubieran sido distintos de como son. Pero las especificaciones no son necesarias porque los lectores a los que va dirigida la obra son demasiado parecidos a los personajes de la misma.
El autor se esconde detrás de los personajes y les deja hacer. Es suficiente. Rara vez encontramos la voz del narrador dirigiéndose a nosotros. No estamos, pues, tampoco, ante una novela de tesis. El autor no trata de ilustrar a través del relato ninguna opinión particular. Es una novela total, un mosaico en el que los personajes muestran cada uno su particular ideología sin que en ningún momento aparezca la ideología del autor.

www.cervantesvirtual.com


Miércoles 14 de mayo
"El nadador", de John Cheever

Finalmente, la semana pasada me animé a leer la novela de Benjamín Cheever, "El plagiario", en la que su célebre padre aparece como personaje bajo el ridículo nombre de Icarus. La novela es entretenida, no necesariamente mala, y al final uno siente ternura por el escritor alcohólico (es decir, John Cheever) padre del protagonista del libro, un periodista de la moralistona y conservadora revista American Reader (Reader´s Digest en realidad) que paga altos sueldos a sus redactores y es una olla de grillos, de la que el hijo del escritor famoso logra salir airoso gracias a que se convierte en un soplón y traidor. No me sorprendió la afición de su hijo de llamar alcohólico a su padre (un borracho conocido, además, así que no hay chisme) pero sí la canallada final, cuando insinúa con muy poca sutileza la probable bisexualidad de Cheever (un tema de estudio cada vez más frecuente en sus obras). Si lo hubiera dicho explícitamente, y fuera parte de la trama, no me hubiera molestado. Pero la escena final (que no puedo contar porque delato el argumento) es infame.
En el prólogo a los Diarios de su padre, Benjamín sí fue explícito e incluso agudo: "Un espíritu simple dirá que la esencia de su problema era la bisexualidad, pero no es así. Tampoco lo era el alcoholismo. Asumió su bisexualidad. Dejó la bebida. Pero la vida seguía siendo un problema".

www.notasmoleskine.blogspot.com

Jueves 15 de mayo
"Gog", de Giovanni Papini

Giovanni Papini entendía la vida como un gran libro, y llegó a decir aquello de que "Si un hombre cualquiera, incluso vulgar, supiera narrar su propia vida, escribiría una de las más grandes novelas que jamás se haya escrito." Giovanni Papini (1881-1956) fue un escritor y filósofo italiano; escribió ensayos, poemas y novelas. Iconoclasta, ateo declarado y crítico en sus años de juventud, en 1921 sufrió una crisis psicológica que lo alejó de su escepticismo y su obra pasó a tener un tono casi místico, de alto fervor religioso mezclado con crítica social y literaria.
Como siempre, el paso del tiempo destruye vidas, pero no destruye las obras que la vida genera. Y de Papini quedan varios libros interesantes, entre ellos: "Historia de Cristo" (1921) una de sus obras más populares centrada en la descripción espiritual más que biográfica de Jesús; "El diablo" (1953) y "Gog" (1931), quizá su mejor libro, en donde un millonario excéntrico relata sus experiencias al viajar por el mundo. Un libro satírico, verdadero catálogo de curiosidades.
Giovanni Papini dejó, en sus libros y en sus frases pequeñas grandes observaciones de su propia existencia y de la realidad, observaciones cómplices de sus obras, de su propia vida. Algunas de sus frases:

Todo hombre no vive más que por lo que espera.
Cuando era joven leía casi siempre para aprender. Hoy, algunas veces, leo para olvidar.

El destino no reina sin la complicidad secreta del instinto y de la voluntad.

Temo a un solo enemigo que tiene mi mismo nombre.

Nuestro enemigo es también nuestro salvador. Debemos ser reconocidos con los enemigos. Solo ellos ven claro y dicen sin fingimiento lo que hay de feo e innoble en nosotros. Nos recuerdan nuestro verdadero ser; despiertan la conciencia de nuestra pobreza moral.

Todo hombre paga su grandeza con muchas pequeñeces, su victoria con muchas derrotas, su riqueza con múltiples quiebras

www.passamonte.blogspot.com

Viernes 16 de mayo
"Historia de tu ausencia", de Armando Tejada Gómez

Diario La Voz
Buenos Aires, Domingo 20 de marzo de 1983. Páginas 12 y 13

Armando Tejada Gómez, poeta militante que el Proceso militar pretendió condenar al silencios

"Aquí estoy de vuelta con mi voz, aunque nunca me fui..."

-Yo nací en Mendoza, nací en la confluencia del zanjón Frías y el Guaymallén. Ahí alquilábamos una casa. En ese lugar murió mi padre, al que prácticamente no lo conocí, era muy pequeño. El recuerdo que tengo de él fue cuando me alzaron a verlo, estaba en el féretro y lo recuerdo dormido, con un rostro tranquilo y grandes bigotes, ese es el único y real recuerdo que tengo de mi padre. Después, con los años, sus antiguos amigos, los lugareños me lo fueron contando. Mi padre era tropero y tenía una larga leyenda de sus andares por los caminos, él llevaba tropas de carros. Algo así como el famoso capataz de tropa del libro de Sarmiento, el Facundo. Tenía carros propios y además le encargaban carros otros productores para que integrara la caravana de los mismos. Ese fue el oficio fundamental de mi padre, el gaucho don Lucas Tejada.

www.tejadagomez.com.ar

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