“Hay múltiples tipo de lector, desde aquel que cuando lee se relaciona con lo escrito como el ideal concebido por Proust –es decir con una caja de herramientas- hasta el anestesiado cafishio, mirón que pretende incorporar un texto antes de abrirlo. Entre ambos extremos, podemos reconocer al lector obediente que sigue los pasos de los personajes; empieza por el prólogo y concluye acomodando el ejemplar en la biblioteca; como es precavido pocas veces se deja sorprender, mantiene su propia homeostasis, encuentra lo que busca y busca lo que encuentra. El lector travieso juega con las páginas, espía, coquetea, experimenta efectos de beatitud similares a los producidos por vinos espumantes, no podría contar muy bien el argumento pero le gusta leer párrafos en voz alta y regalar los libros que ha descubierto. El lector díscolo es reactivo, suele padecer de alergia, apenas asoma, hace zapping, saltea páginas, intenta apresar un hilo, es tan tenso en su ansia de facilismo y necesidad especulativa de acumular información que no se entrega en aras de sacar provecho sin costo. Los lectores comprometidos con la escritura, por el contrario, son rumiantes, se adhieren al texto, lo releen, subrayan, traducen, memorizan, roban, transforman, reescriben.”
Liliana Heer , “La correspondencia: una voz en suspenso”, prólogo a “Cartas en la realidad y la ficción”, antología de ediciones Desde la gente, 1995.
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