sábado, 27 de septiembre de 2008

Ultima semana de septiembre

Semana iberoamericana en Párrafus: un argentino, un martinico y... algunos españoles. Wernicke, Césaire, Baroja, Aleixandre y el Ininterruptus –que para mí es español, o española.
Y en cuanto a la parte lúdica del programa, es decir, a la competencia, la semana estuvo repartida entre dos: un viejo ganador que vuelve, el bonaerense Luís Gobea, y uno que nunca se va y encima siempre está volviendo: eu.
Sobre la primera lectura de la semana (en rigor, sobre mi triunfo), ya abundé los otros días. A la noche siguiente, ignorancia total; no sólo sobre la poesía que Hugo nos trajo, sino sobre la correcta escritura del nombre de su autor. En las reiteradas ocasiones en que lo mencionaron, primero en la charla con el ganador, el profe Gobea, y después en la reseña de nuestro conductor, yo apenas atiné a descifrar algo así como Emeth Cezer (así lo anoté en mi borrador). Recién el miércoles, cuando tuve un rato para ir a un ciber y escribí en el buscador el título del libro-poema leído, “Cuaderno de un retorno al país natal”, supe que el poeta es Aimé Césaire. ¡Acabáramos!, pensé. No es que lo conozca, pero alguna vez leí su nombre en alguna parte. Nunca supe, claro, cómo diantres se pronunciaba eso. Ahora, gracias al exquisito francés de Hugo Néstor, lo sé: Emé Ceser. Además, por lo que se leyó (durante más de 12 minutos, justo hasta el final del poema), descubro un poeta potente, abarcador, aluvional…, no sé cómo decirlo; diría también iracundo; bueno, ya se sabe que la poesía no es lo mío. Pero es como para echarle un nuevo vistazo a este negro de la Martinica (¿se dice martinico?), si alguna vez topo con un libro suyo.
A la otra noche se verifica el doblete de Luís: con la ayuda un tanto vergonzante, según dijo (pero, ¿por qué?), de un manual de literatura española, llegó al título de una de las incontables novelas de don Pío Baroja: “El árbol de la ciencia”. La dio alguna vez en su función de profesor de literatura, contó, pero nunca la leyó completa; sin embargo, conoce a Baroja y reconoció su estilo. Brillante retorno de Gobea, entonces, que, según mis registros, no ganaba desde junio del año pasado.
Sobre Pío Baroja tengo para copiar después un par de textos. Ahora sigamos con el resumen semanal.
El jueves, otra vez novela. De entrada se intuye que su asunto es también español. Se nombra a Magdalena, al escudero Galarza, a Jerondín, a Ana de Medina. Más adelante, a Valladolid. Después la cosa se extiende: aparece un Carlos Prevost, se menciona al Emperador... Pensé todo el tiempo que el timbre no tardaría en sonar, pero todo el tiempo fue hasta la una. ¡Que raro! Tanto éxito que tiene en los últimos años ese género denominado “novela histórica”, pensé. Porque los nombres aparecidos en la lectura me sonaron vagamente a acontecimientos históricos de la vieja Europa. Pero, ¿quién novelizó sobre aquello? Y, ¿cuándo? ¿Fue en los últimos años o en los tiempos del autor precedente –Baroja? ¿O antes aún? Ni idea. Y los demás Parrafistas (saludablemente alejados de las modas literarias, quizá) tampoco dieron en la tecla. Yo, después de la tanda llamé para arriesgar un autor, aunque no sé que título hubiera dado si me decían que acerté, porque los que conozco no eran lo que se leía. Pero no, llegó la una y nadie, nada, nunca. Al día siguiente, con esos nombres (y con el asunto de la vihuela) fui a averiguar en Internet de qué se trataba… y no sale nada. Se habla de ellos por todas partes como personajes históricos, pero acerca de quién escribió ficción con aquello, nada. Al menos yo no lo pude o supe encontrar. Si alguien quiere tomar la posta y seguir buscando…que no ponga acá el resultado, porque a Hugo no le gusta.
Y el viernes, otra vez yo. También con ayuda, pero ayuda libresca, como la de Luis. Una muy completa y prolija “Antología esencial” de Vicente Aleixandre, que editó Orbis-Hyspamérica en 1984. Tan prolija que incluye, en orden alfabético, un “Indice de títulos y primeros versos”, antes del índice general donde los poemas se agrupan por libro. Y como le dije a Hugo: sabiendo que Aleixandre no tardaría en aparecer en Parrafus, siempre que anunciaba poesía (siempre que lo escucho en casa) sacaba ese volumen. Es una especie de google de papel y tinta, pero de alcance individual. Cuando Hugo leía el primer verso o el título de su poema, yo abría en aquel índice y buscaba. Claro, no siempre; el comienzo de la lectura de un Héctor Gagliardi o un Catulo, no lo buscaba. Pero muchas veces sí, y esta vez, el viernes, el título leído estaba en el índice: “La selva y el mar”, página 57. Pero, en la excitación del momento, no fui a la página 57, que hubiera sido más rápido, sino que busqué en el índice general a qué libro pertenecía ese poema. Así lo supe, y dije a Leonardo: “La destrucción o el amor”.¡Qué bárbaro!
Pero todo el proceso demandó 41 segundos, así que, faltando dos programas para terminar septiembre, creo que a Verónica Cornejo ya nadie le arrebata el premio extra por ser la más rápida del mes. Ella ganó en 20 segundos con “Escarabajos”, del prohombre de nuestras letras Mario O´Donnell.
“El escarabajo”, precisamente, se llama otro de los poemas de Aleixandre en “La destrucción o el amor”. Lo copio para el público oyente y lector, ya que anteanoche interrumpí tan groseramente (como siempre) la lectura del poeta. Después sigue algo sobre Pío Baroja, y después no vuelvo. Escribo esto el sábado por la mañana, en el banco, y ya se hicieron las doce y tengo trabajo que hacer. Almorzar.
Buenas tardes.


El escarabajo

He aquí que por fin llega al verbo el pequeño escarabajo,
tristísimo minuto,
lento rodar del día miserable,
diminuto captor de lo que nunca puede aspirar al vuelo.

Un día como alguno
se detiene la vida al borde de la arena,
como las hierbecillas sueltas que flotan en un agua no limpia,
donde a merced de la tierra
briznas que no suspiran se abandonan
a ese minuto en que el amor afluye.

El amor como un número
tan pronto es agua que sale de una boca tirada,
como es el secreto de lo verde en el oído que lo oprime,
como es la cuneta pasiva que todo lo contiene,
hasta el oído que afloja para convertirse en el sueño.

Por eso,
cuando en la mitad el camino un triste escarabajo que fue de oro
siente próximo el cielo como una inmensa bola
y, sin embargo, con sus patitas nunca pétalos
arrastra la memoria opaca con amor,
con amor al sollozo sobre lo que fue y ya no es,
arriba entre las flores altas cuyos estambres casi cosquillean el limpio azul
vaga un aroma a anteayer,
a flores derribadas,
a ese polen pisado que tiñe de amarillo constante la planta pasajera,
la caricia involuntaria,
ese pie que fue rosa, que fue espina,
que fue corola o dulce contacto de las flores.

Un viento arriba orea
otras memorias donde circula el viento,
donde estambres emergen tan altos, donde pistilos o cabellos,
donde tallos vacilan
por recibir el sol tan amarillo envío de un amor.

El suave escarabajo,
más negro que el silencio que transcurre después de alguna muerte,
pasa borrando apenas las huellas de los carros,
de los hierros violentos que fueron dientes siempre,
que fueron boca para morder el polvo.

El dulce escarabajo bajo su duro caparazón que imita a veces algún ala,
nunca pretende ser confundido con una mariposa,
pero su sangre gime
(caliente término de la memoria muerta)
encerrada en un pecho con no forma de olvido,
descendiendo a unos brazos que un diminuto mundo oscuro crean.




Pío Baroja (1872-1956)

“El hombre del que se dijo que toda la literatura española late con su ejemplo, sin importar si para seguirlo o para huir de él, era el hijo de un ingeniero que editaba un excéntrico periódico bilingüe en euskera-castellano. Se doctoró y hastió de la medicina casi simultáneamente y se convirtió en panadero en lo de su tía abuela. Mientras horneaba pan y preparaba pasteles, escribía colaboraciones en el periódico ‘El liberal’. Sólo un poco antes de editar ¿Camino de la perfección’, deja de amasar y atender en lo de su pariente. Sin embargo, algo del estilo sencillo de su oficio lo lleva al terreno del pensamiento. Estructura lo que se dio en llamar una ‘filosofía en zapatillas’. Su lema es moverse siempre según la verdad y la independencia, llamar a las cosas por su nombre, vivir al margen del estado y las instituciones, renunciar al sofisma y al subterfugio y el culto al individuo a ultranza. Sin embargo, y pese a afirmar que no tiene la costumbre de mentir, dijo que si lo hizo, fue solo para salir de un mal paso. Si bien su currículo ligado al comercio y al periodismo no lo muestra como un hombre de acción, fue un gran biógrafo de quienes sí lo fueron. La autodescripción de su carácter es memorable: “Soy un pajarraco del individualismo, romántico, bruto, visionario, dionisíaco, turbulento, entusiasta de la acción y del porvenir.”

“Geniales empleados”, Ariel Lerman. Revista “Lea”, Nº 16, agosto de 2001.

1 comentario:

Anónimo dijo...

QUE PARA MI ES ESPAÑOL...