martes, 12 de mayo de 2009

Otro Narciso

“A mi la escritura me nació por el sonido. No doy demasiada importancia a lo que quieren decir las cosas. Me guío solo por el sonido. ¿Y escribir? Ah, esa no ha sido para mí una disciplina. Jamás me fijé horas para escribir. Y por no fijármelas, se me han ido yendo de las manos infinidad de cuentos y piecitas de teatro, dos o tres argumentos para cine y una novela: por el maldito vicio de no consignar nada. Yo hará como veinte años que no escribo. Fui escritor durante tres décadas, pero en hacer todo lo que hice me tardé sólo unas pocas semanas. Si juntara las horas que pasé ante la máquina de escribir diría que son unos cuatro meses en total, mil horas. Una mañana, por ejemplo, cuando llegué en tren a Zapotlán en Grande, puse una hoja de papel en la máquina y sin que me diera cuenta apareció allí mismo ‘El guardagujas’. Sólo tuve que corregirle unos pocos verbos antes de entregarlo a los periódicos. Escribía yo con tanto gozo que debía contenerme de escribir, para que la fatiga no me acabara. Con ‘El guardagujas’ empezó lo que los críticos han llamado ‘la etapa kafkiana de Juan José Arreola’. Yo no pensaba en Kafka, pero Kafka salía de mí en aluvión, a tal punto que cuando llegué a México solían presentarme como ‘el Kafkita de Zapotlán’
“Pero el hombre que ha marcado más mi vida no ha sido Kafka sino Borges. A Borges lo conocí en la universidad de Berkeley, donde yo estaba dictando un taller para estudiantes chicanos. No bien lo vi le dije: ‘Usted y yo venimos de un hombre al que le debemos todo, porque nos enseñó el gusto por la erudición y la perfección de las frases’. ‘¿A quién se refiere?’, me preguntó Borges. ‘A quién va a ser’, le dije: ‘A Marcel Schwob’. No me lo quiso aceptar. Más bien se indignó. ‘¡Vaya la ocurrencia!’, me dijo. ‘Yo vengo de Stevenson, usted sabe, y de Shakespeare’. No volvió a dirigirme la palabra. Fui a oír esa noche una de esas conferencias y, cuando llegó el turno de las preguntas, volví al ataque. ‘Háblenos de Papini’, lo desafié. ‘Háblenos de Marcel Schwob’. ‘¿Por qué habría de hacerlo?’, se defendió Borges, con su falsa timidez. ‘Porque son sus precursores’, le dije. ‘Sus precursores y los míos. No va a negarme usted que Giovanni Papini es otro enciclopédico como Schwob, verdadero y falso a como le de el gusto, igual que toda la pandilla gigantesca de Quijotes que han leído mucho. No hay sabelotodo más monstruoso que Giovanni Papini’. ‘Yo no afirmo ni niego nada’, me respondió Borges. Y se puso a hablar de Schopenhauer. Me callé porque algunos estudiantes empezaron a chistarme y yo sentí que me estaban perdiendo el respeto. Desde entonces, volví a verme con Borges seis o siete veces, y ya nunca más
lo dejé hablar. Así evité que me contradijera. Cierta vez, en México, alguien le preguntó que opinaba de mi obra. ‘Arreola, Arreola’, opinó él.’Tanto mar y tan poca ola’. De todos modos me incluyó en su biblioteca de autores favoritos.
En La Jolla, California, nos invitaron a que hiciéramos juntos seis o siete programas de televisión. Los hicimos, pero no los pasaron nunca porque Borges no consiguió decir ni una sola palabra completa. No lo dejé. ‘Schopen…’, empezaba él, y ahí nomás yo me echaba un discurso sobre Schopenhauer. ‘La reali…’, decía, y yo explicaba las teorías sobre la realidad desde los presocráticos hasta Wittgenstein. Había ido preparado. Al final, terminé recitando unos poemas de Amado Nervo y de Salvador Novo, y para que él pudiera decir algo le serví una pregunta: ‘¿Cómo le parecen estos versos, Borges?’, a lo que él respondió: ‘Qué melodías las del mundo, Arreola, que armonías’. Y eso fue todo. No lo vi más. Pero a veces, cuando estoy solo, sigo hablándole. En algún lugar del cosmos, Borges me oye. Sí, señor: para su fatalidad, él me oye.”


(“Arreola, el kafkita de México” entrevista de Tomás Eloy Martínez en suplemento Primer Plano de Página 12, 2 de febrero de 1992)

Juan José Arreola, Parrafista Nº 304, 18 de abril de 2008 - Parrafista Nº 437, 5 de noviembre de 2008

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