"Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tu el lector de estos ejercicios, y yo su redactor" Jorge Luis Borges
martes, 17 de noviembre de 2009
Día de la Leonor
Martes 17 de noviembre
Cuento: “Leonor”
Autora: Hebe Uhart
Ganador: Marcelo Perenchio
Premio: “Turistas”, de Hebe Uhart, Adriana Hidalgo editora
Hebe Uhart nació en 1936 en Moreno, Buenos Aires. Es autora de los libros de cuentos "Dios, San Pedro y las almas", "El budín esponjoso", "La luz de un nuevo día", "Guiando la hiedra" y "Del cielo a casa", entre otros. Publicó también las novelas "Camilo asciende" y "Señorita". Recibió el Premio Konex Diploma al Mérito en el 2004. Es profesora en Filosofía y trabajó durante casi toda su carrera en la cátedra de Tomás Abraham, en la UBA.
Dice Tomás Abraham, crítica de Página 12, que "Hebe Uhart es una escritora con humor, leerla es entrar en una atmósfera liviana, matizada, con pinceladas finas. Nos saca una sonrisa. Pero no diría que es amable, por el contrario, es intransigente, eso por un lado; por el otro, su mirada no sale de sí, tiene la autonomía de ciertas locuras. Parece inconmovible. Admito que me he quedado en una descripción psicológica con escasos argumentos estéticos. Pero no se me ocurre más que decir que Hebe escribe bien, sabe componer cuentos y ofrendarlos ya destilados, y, con sus personajes, tiene el mismo buen trato que su maestro Felisberto Hernández. Concluyo diciendo que Hebe Uhart es una escritora doblemente oriental, tiene algo de uruguaya y de japonesa".
Mis primeras lecturas
Hebe Uhart
“Todas era de un libro de C. Vigil. En una había una nena que estaba en un asilo y le contaba sus sufrimientos al hermano visitante como si fueran de otra persona. Yo miraba la ilustración para ver si el hermano tenía alguna sospecha de que se trataba de ella, la imagen no me decía nada. Esa lectura me llenaba de sentimientos contradictorios: admiraba a esa chica capaz de semejante conducta, yo no hubiera sido capaz de callarme, por otro lado, pensaba: ‘Contale que sos vos, así te saca ahora’. También pensaba que esa conducta tan original la producía el asilo y durante un tiempo quise vivir en uno de ellos ya que produce tan portentosa personalidad.
“Había otra de dos indios que al encontrarse, se saludaban así: ‘No seas ladrón, no seas mentiroso, no seas borracho’. Miraba el dibujo de los indios saludándose para ver si se decían alguna otra cosa, como hola, o qué tal. Tampoco la imagen me aclaraba nada. ¿Cómo podría aplicar ese saludo a mi vida? Jamás saludaría a na¬die de esa manera. A mí me gustaba abrir el libro al azar, para ver qué aparecía, cuando aparecía la de los indios, la pasaba sin detenerme; me fastidiaba porque esa lectura ponía de manifiesto mi incomprensión.
“Pero volvía permanentemente al gran enigma del libro: un señor no podía dormir porque no sabía si hacerlo con la barba dentro de la colcha o afuera. El dibujo mostraba a una especie de ogro con una barba descomunal. Me inquietaba que lo que a mí me parecía una estupidez, para el hombre fuera un asunto relevante. Claro que como era un ogro, no dormiría como las personas comunes; pasaría la noche entre dos alaridos, metiendo y sacando la barba de la colcha, movimiento que yo ejercitaba mentalmente viéndolo de una manera y de la otra: prácticamente alucinaba.
“Pero había una lectura que no trataba de los otros, era como si se refiriera a mí: la de la mancha indeleble. Una nena se mancha el vestido blanco con jugo de durazno y la mamá le dice: ‘Esa mancha es indeleble, ya nunca el vestido será lo mismo’. Indeleble es una palabra que me asustó (y me asusta) por su contundencia. Como yo me solía manchar la ropa diaria y alegremente, me retaban por eso. El mandato moral que deduje de esa lectura fue: ‘Bajo ningún concepto se deben manchar las cosas, sobre todo las blancas, porque se nota más’. Pensé: ‘No voy a llevar vestido blanco, no me voy a exponer a una mancha indeleble’. Al descartar el blanco, tuve la oscura sensación de renunciar a algo importante, esa renuncia me convertía en ciudadana de segunda categoría. Pero no iba a renunciar a comer duraznos mientras leía.”
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