martes, 3 de noviembre de 2009

Más A. de B. (antes del Blog)

También en el 2006, al hacerse frecuente mi aparición en el aire como sorprendente ganador, Hugo me preguntó si yo escribía. Respondí que sí, por supuesto, y él pidió que le enviara algo.
Lo hice unos días después; envié algo breve, relativamente nuevo, escrito al poco tiempo de conocer a Cristina. A Hugo le gustó; recuerdo que incluso me recomendó que desarrollara aquello de los “vínculos muy extraños”. Nunca lo hice, aunque pensé varias veces en valerme de este fragmento como embrión de una novela sobre mi adolescencia. Pero, ¿para qué? Ya hay bastantes novelas sobre “adolescencias”. Además, no sé escribir novelas.
He aquí el texto, para seguir matizando la espera.

“Tuve un amigo que quería ser vegetariano. Teníamos alrededor de 20 años. El se había entusiasmado con algunas historias de las religiones orientales, del Oriente lejano, y decía que dejar de comer carne era lo primero y lo mejor que podía adaptarse de aquellas creencias a nuestro régimen de vida occidental, en particular al criollo. Lo demás ya se vería, era cuestión de informarse bien y estudiar mucho. Pero ya el vegetarianismo le costaba.
No sé qué habrá sido de él. Dejamos de vernos luego de que su hermana, muy menor, comenzara a mostrarse interesada en mí. F. era muy celoso. Además, yo notaba en su familia unos vínculos muy extraños. Dejé de visitar su casa y pasamos a vernos, por algún tiempo, en otros lugares. Lo lamentable fue que no pude seguir disfrutando de la cocina de su madre, que tenía muy buena mano. Entendí perfectamente lo de las milanesas.
Fabio, en aquel momento, no podía progresar en las filosofías hinduistas porque le costaba abandonar las milanesas de su madre. A favor del arroz y las legumbres, había dejado la carne en casi todas sus formas: empanadas, asado, puchero, excepto en las milanesas. Pero no se desalentaba, lo tomaba con buen humor y decía algo muy gracioso. Decía que era ‘vegetariano con milanesas’.
Ayer, hablando con Cristina, después de oírla opinar que el romance que recién iniciamos debería retrotraerse a una módica amistad, pensé algo que me hizo recordar a mi viejo amigo Fabio, y me sonreí. Cristina, hipocondríaca en momentos de crisis, había pasado a contarme de sus contracturas y tensiones. Yo, no muy brillante, buscando que volviera a invitarme a su casa para tratar de revertir su propuesta, me ofrecí a intentar unos masajes. ‘¿Amistad con masajes?’, pensé, y mi sonrisa la aflojó. “

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