jueves, 12 de noviembre de 2009

Sarandí - Domínico - Wilde

Jueves 12 de noviembre
Cuento: “El cumpleaños de la Infanta” (1892)
Autor: Oscar Wilde (1854-1900)
Ganador: ¡Roberto López Motta!
Premio: “Felicidades. Las mejores historias de cumpleaños”, varios autores, La Compañía.

“El hombre no es, se hace, se va haciendo mientras vive. Su vida es creación, renovación constante, posibilidad de lo nuevo, de lo distinto, de lo cambiante. Su porvenir es virgen. Siempre puede ser otra cosa de lo que es, porque es libre.
“A esta realidad fundamental de la vida humana se opondrá Oscar Wilde. El quiere ser lo que es, de una vez por todas y para siempre, instalarse definitivamente en un ser determinado, adscribirse a una entidad constitutiva. Ser lo que es y no poder ser lo que no es, nada más. Parecerse lo más posible a sí mismo hasta llegar a una total identificación. Ser única y plenamente Oscar Wilde, completamente personal, distinto de todos los demás, sólo igual a sí mismo.
(…)
“Wilde vive para hacerse ver. Se exhibe todo el día en un escenario iluminado ante una sala llena de gente. Lleva carteles en la frente, rótulos explicativos de su esencia, y se desnuda en público a cada instante. Vive eternamente en pose, considerándose una alegoría, un hombre símbolo, algo así como un hombre sándwich que lleva un letrero diciendo lo que representa y ofrece. Necesita proclamar a todo el mundo lo que es, para sentirse ser. Por eso se lo considera ‘el campeón de la sinceridad’, cuando en verdad su sinceridad es una forma de mala fe.
(…)
“Lo que no quiere admitir Wilde es que su sinceridad es un fracaso y su personalidad no es una sustancia sino un juego: Oscar Wilde que juega a ser Oscar Wilde. Pero este juego no puede jugarse solo, necesita que los otros jueguen también a creer que él es Oscar Wilde. Para representar necesita público, el coro sentencioso y cómplice de las tragedias griegas. Los amigos, los amantes y hasta los enemigos forman parte del extraño juego, de la ceremonia de su consagración. El sólo exige una cosa: que se conozca el rito y se crea en el dogma. Le es por completo indiferente que lo amen o lo odien, que lo admiren o lo desprecien, que lo apoyen o lo combatan. ‘Peor que dar que hablar es que nadie hable de uno’ (‘El retrato de Dorian Grey’).
(…)
“ANOTACION DE 1997: Rescato este ensayo, escrito a los 19 años, por ser el primero en que puede vislumbrarse, a pesar de sus fallas, al futuro escritor. Fue publicado en una revista juvenil que llamamos ‘Existencia’ en homenaje a la boga del existencialismo. El texto había sido leído un año antes, en 1950, en el salón literario ‘Juan Cristóbal’ de la calle Santa Fe, en un acto público indefinible que fue como una tardía ‘provocación’ dadaísta, o como un precursor de los happenings de los sesenta. (…)”

(“El sentido del ser a través de Oscar Wilde”, Juan José Sebreli, recopilado en “Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades”, Editorial Sudamericana, 1997)


“Leyendo y releyeno, a lo largo de los años, a Wilde, noto un hecho que sus panegiristas no parecen haber sospechado siquiera: el hecho comprobable y elemental de que Wilde, casi siempre, tiene razón. ‘The Soul of Man Ander Socialism’ no sólo es elocuente; también es justo. Las notas misceláneas que prodigó en la Pall Mall Gazette y en el Speaker abundan en perspicuas observacions que exceden las mejores posibilidades de Leslie Stephen o de Saintsbury. Wilde a sido acusado de ejercer una suerte de arte combinatoria, a lo Raimundo Lulio; ello esaplicable, tal vez, a alguna de sus bromas (‘uno de esos rostros británicos que, vistos una vez, siempre se olvidan’), pero no al dictamen de que la música nos revela un pasado desconocido y acaso real (The Critic as Artist) o aquel de que todos los hombres matan la cosa que aman (The Ballado f Reading Gaol) o aquel otro de que arrepentirse de un acto es modificar el pasado (De Profundis) o a aquel, no indigno de Leon Bloy o de Swedenborg, de que no hay hombre que no sea, en cada momento, lo que ha sido y lo que será (ibidem). No transcribo estas líneas para veneración del lector; las alego como indicio de una mentalidad muy diversa de la que, en general, reatribuye a Wilde. Este, si no me engaño, fue mucho más que un Moréas irlandés; fue un hombre del siglo XVIII que alguna vez condescendió a los juego del simbolismo. Como Gibbon, como Johnson, como Voltaire, fue un ingenioso que tenía razón además.”

(“Sobre Oscar Wilde”, Jorge Luis Borges)

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