Jueves 19 de noviembre
Teatro: “Los fracasados”
Autor: Henri Lenormand (1882-1951)
Ganador: Mario Tsolakian
Premio: “Los fracasados – La inocente”, de Henri Lenormand, editorial Losada
Falta esta noche, la del desempate (hasta ahora tuvimos una lectura de cada género), pero ya puedo decir que en esta semana aparecieron en el aire –o no- mis oyentes preferidos: Roberto López Motta, Mario Tsolakian, Marcelo Perenchio y el abnegado, humilde o tímido desconocido que propicia los Ininterruptus. Faltaría solamente mi preferida de entre las damas.
Y a propósito de Mario, mi candidato para el certamen anual 2009 (ahora no puedo desdecirme), ofrezco los siguientes datos, que asimismo explican mi facilongo e injusto título de hoy.
Verónica Cornejo: 24
Mario Tosolakián: 22
Marcelo Perenchio: 22
Ininterruptus: 17
Y para terminar, con el virtual permiso de mi diario de cabecera (una edición del domingo encontrada por ahí me viene bien para la pata de la cama), acerco una rica semblanza sobre vida y obra del autor de anoche (en la foto, con Margarita Xirgu).
Henri Lenormand, el pesimista
Por Ernesto Schoo
Al repasar la historia del llamado teatro independiente en la Argentina (cuyo centro natural ha sido, por razones fáciles de entender, la ciudad de Buenos Aires) se observa cómo, en sus primeros tiempos, los de la lucha heroica por hacerse un lugar en la atención del público, recurría primordialmente a autores extranjeros.
Pese a que, desde 1930, año de su fundación, el Teatro del Pueblo montó a menudo obras de dramaturgos locales, aquella tendencia perduró hasta bien entrado el decenio del 40 del siglo pasado.
Generalizando, podrían trazarse dos líneas fundamentales: la de intención social, con predominio de la izquierda norteamericana (Elmer Rice, Clifford Odets, Erskine Caldwell y, hasta cierto punto, O´Neill) y de los rusos seguidores de la revolución de 1917 (con Evreinoff a la cabeza), y la de arte "puro" -digamos- con textos de Maurice Maeterlinck, Jean Cocteau, John Synge, sir James Matthew Barrie, Noel Coward o Lenormand, entre otros.
* * *
¿Quién recuerda hoy, aquí o en Francia, su patria, a Henri Lenormand? Sin embargo, "El tiempo es un sueño" (1919) fue un clásico de nuestro teatro independiente, representado muchas veces en Buenos Aires (donde lo estrenó La Cortina en 1941, dirigida por Mane Bernardo) y en el interior. Lenormand nació en París el 3 de mayo de 1882 y murió allí mismo, el 16 de febrero de 1951. Hijo de un compositor, René Lenormand, la música fue su primer aprendizaje artístico; alumno destacado del Lycée Janson, al llegar a la Sorbona se sintió atraído por el teatro isabelino. "Mis lecturas favoritas -escribió en sus "Confesiones de un autor dramático" (1949)- eran William Shakespeare, Friedrich Nietzsche, Edgar Allan Poe y Fyodor Dostoievski".
Tras algunos tropezones dramáticos, justamente "El tiempo es un sueño" le dio su primer éxito, y el mayor que obtuvo en su carrera, al ser representado por la célebre compañía de Ludmila y Serge Pitoff. También, pese a fuerte oposición crítica, "Los fracasados" convocó a multitudes, con su patético retrato de los artistas cuyas aspiraciones superan sus capacidades. Un título también representado aquí, a menudo, por grupos independientes, fue "El hombre y sus fantasmas" (1924).
En 1920 estrenó en París "El simún", primera parte de una ambiciosa trilogía, por él denominada "africana", que incluye "A la sombra del mal" (1924) y "Tierra de Satanás" (1935). En tanto, el entonces joven galán en ascenso Charles Boyer representaba con éxito "Asia", en 1935.
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Lenormand se adelantó a su época. Se le reprochaba el procedimiento, hoy común, y elogiado, de presentar el conflicto mediante cuadros breves, escenas cortas, con diálogo escueto, reducido a lo esencial.
Tampoco era bien recibida su intención de revelar abismos psíquicos, motivaciones ocultas de sus criaturas, no con la vaguedad melancólica de los simbolistas ni con el craso naturalismo de los seguidores de Antoine, sino con una sobria objetividad, casi clínica.
Pese al sacudón tremendo de la Primera Guerra Mundial, que cambió para siempre los parámetros culturales de Occidente, hacia 1920 no se veía con buenos ojos ese teatro que, al decir de un crítico de entonces, "insiste en los problemas del subconsciente, se complace en evocar pasiones morbosas y pinta sin reservas a criaturas caídas para siempre en la ignominia". Criterio que parecería destinar a Lenormand a ser precursor de más de una tendencia del teatro actual.
Por descontado, el dramaturgo conocía muy bien los trabajos de Freud y sobre ellos basó sus observaciones. Fue, sin duda, un gran pesimista, insistente en su noción de que el hombre es el único artífice de su propia caída -"la secreta connivencia del hombre con las fuerzas que lo destruyen"-, y de cómo "las nociones aparentemente establecidas de la moral se descomponen a veces, como la luz a través del prisma".
(La Nación, Sábado 24 de enero de 2004)
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