martes, 10 de noviembre de 2009

Ese manco Bellatin

Martes 10 de noviembre
Novela: “Salón de belleza” (1994)
Autor: Mario Bellatin (1960)
Ganador: Javier Cabanellas, de Belgrano. Músico.
Premio: “Salón de belleza”

“La mayor transgresión al modelo de belleza humano es quebrar el principio de simetría –Orlan, al hacerse ordenar simétricamente sus prótesis frontales, ha sido conservadora. Por eso elijo como objeto parcial, dentro de un modelo de belleza, el brazo de fibra de carbono de Mario Bellatin que no es un instrumento sino por añadidura. (…) Bellatin lo edita con una bocha rapada de iniciado que contrasta con la voluptuosidad muy bien dibujada de sus labios , producto de la naturaleza, esa coyuntura; la túnica, toga o traje talar que también atenta contra el principio de simetría al cubrir casi totalmente esos tubos de tela monocorde, alineados a derecha e izquierda y por siglos asignados al bípedo masculino, llamados pantalones (esto ha desencadenado el rumor de que Bellatin usa pollera aunque yo, que, que lo he visto ya dos o tres veces, jamás lo vi con un kilt o cosa que se le parezca)… (…) … durante una escena de campo, vi que Bellatin ejercía lo que Silvia Molloy llama política de la pose: es decir hacía el mexicano sacando la lengua y enrollándola súbitamente en forma de resorte para fingir haber atrapado en el aire un insecto y engullirlo como, se imagina, los mexicanos hacen con hormigas y chapulines.”

(“Seducción de lo impar”, María Moreno, en el número 317 de Ñ, 24 de octubre de 2009)

“En Salón de belleza se cuentan tres historias: la de un peluquero travesti en la fase terminal de una enfermedad que no se dice cuál es, pero que, por los síntomas y el contexto, se supone que es el SIDA; también es la historia del Moridero y de los acuarios. Narrada en primera persona, las historias se vuelcan, poco a poco, cada vez más a priorizar ciertos espacios (el espacio del cuerpo decrépito del peluquero, el espacio de los acuarios descuidados, el espacio de la peluquería convertida en Moridero). El Moridero, que es un sitio adonde van a morir las víctimas de esta innombrable peste, se convierte en la gran metáfora de un mundo decadente, en el que las reglas inventadas por el peluquero están regidas por la resignación, por la inminencia de la muerte y por la indiferencia de hallarles una justificación trascendental.
Como metáfora de la vida que se extingue, atacada por un mal incurable, están las peceras, a las que el peluquero les brinda tanto cuidado como a los desahuciados. Para el protagonista no hay mayor diferencia entre ambos, no hay una jerarquía de tipo moral entre estas criaturas a las que sólo se limita ver cómo van perdiendo su belleza. Todo lo hace sin ningún cuestionamiento moral. La evolución del mal en los enfermos, a quienes desinteresadamente, altruistamente, ayuda a sobrepasar la agonía y no morir solos, se canaliza en él, atacado también por la enfermedad, no directamente sino a través de los peces.

‘Desde entonces y por las tristes historias que me contaban, me nació la compasión de recoger a alguno que otro compañero herido que no tenía dónde recurrir. Tal vez de esa manera se fue formando este triste Moridero que tengo la desgracia de regentar. Pero volviendo a los peces, pronto me aburrí de tener exclusivamente Guppys y Carpas Doradas.’”

(Miguel Ildefonso, en www.mundoalterno.com)

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