Cristina procede así: comienza la grabación cuando Hugo inicia la lectura, a veces, o a veces cuando suena el timbre de la interrupción, o, las menos, al comienzo del programa. No sé bien de qué dependen estas variantes. Tal vez de la evolución de sus quehaceres domésticos (toca el Rec cuando pasa cerca del equipo) o del sueño o el frío que tiene esa noche (salta de la cama cuando escucha la cortina, aprieta la tecla, y ya). En lo que es más escrupulosa es en parar la grabación cuando el programa finaliza -lo cual hace, si está acostada, desde el control remoto, que no tiene tecla Rec. Después se duerme -o sigue ordenando.
A la mañana, cuando yo llego, escucho de nuevo el programa -copio mi participación, si acaso fui el ganador- y después rebobino el cassette. A la noche, Cristina lo utiliza de nuevo. Esto sucede lunes y martes; los miércoles tengo franco, por lo cual escucho Párrafus en casa, en calma- tomando notas, si cabe-, y no lo grabo.
Esta semana, el viernes, escuchando otra vez el cassette utilizado, descubrí qué fue lo que me produjo el desánimo que me impidió escribir sustanciosamente para el Blog.
Cuando termina lo que se grabó del programa del martes, sigue un fragmento de lo grabado la noche anterior. De esta noche, se escucha justo desde el retorno de la pauta publicitaria. Y esa noche, después de esta pauta, la ilustración musical elegida por Hugo para su lectura de Schiller fue el Himno a la Alegrìa, de la novena sinfonía de Beethoven.
Entonces, esa noche, el lunes, además de pensar que las palabras con que Schiller adornó esa música (recitadas por Hugo) podrían ser las de una bobalicona canción de Alejandro Lerner... tratando de encubrir tal vez con esta blasfemia lo que de verdad me generó esa música... recordé que el Himno a la Alegría se escucha en una memorable secuencia de la película "Hombre mirando al sudeste", de Eliseo Subiela -filmada en gran parte dentro del hospital Borda.
Y este recuerdo -fugaz- es lo que me desanimó tan duraderamente.
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