Temo que es mi larga experiencia como lancero la que, esta vez, me priva de compartir con Hugo la valoración de un nuevo sucedido “extraño” en el programa. Creo que solo se trató de un malentendido.
Me refiero a la fallida participación del joven profesor Julián Sánchez en el Párrafus del lunes. Pero, para comentar este episodio, tengo que remontarme antes a la noche del 20 de setiembre del año pasado, última del invierno, cuando gané con “Juntacadáveres”, de Juan Carlos Onetti. Aquella fue la primera victoria que obtuve mediante un lance.
Estaba en casa de madre. Allí, nunca tuve teléfono en mi perenne cuarto de adolescente, ni siquiera ahora, cuando la adolescencia hace tiempo quedó atrás y ya hace mucho que me hago cargo de la ibérica factura. Hay un aparato en el dormitorio de la vieja y otro en el ambiente que da a la calle, al que, por falta de un nombre mejor, llamamos “el living”. En este desusado lugar –nos visitan tan poco- escuchaba yo el programa las noches que no pasaba en casa de Cristina; hacia allí, alrededor de las doce, llevaba mi viejo radiograbador Sansei, el mate y algo para hojear, revistas o libros. Allí esperaba el comienzo de Párrafus, que ya por entonces me contaba como fiel seguidor y ganador frecuente.
Aquella noche, a poco de leer, Hugo nombra a Santa María. Antes, había anunciado que leería una novela; y, aunque yo no había leído ninguna de Onetti, la mención de esa ciudad imaginaria me llevó a la obra del uruguayo. Santa María también es escenario de muchos de sus relatos. Pero, ¿novela? ¿Cuál de todas?
Llamé a la radio y nombré al autor; el joven Lucas confirmó mi presunción. Era Onetti. “Pero”, le dije, “no sé bien de qué novela se trata. Voy a arriesgar”. Le nombré los tres títulos que alcancé a recuperar en ese momento de nervios. Dije: “La vida breve”. “No”, dijo Lucas. Dije: “Cuando ya no importe”. “No”, repitió él. Dije: “El astillero”, y la respuesta fue la misma. Agradecí a Lucas que me hubiera permitido esa azarosa participación y colgué. La lectura seguía. Frustrado conmigo mismo, devolví la pava y el mate a la cocina y fui a encender la radio de mi cuarto; después volví al living para apagar la luz y el Sansei. Y en eso recuerdo otro título. Descuelgo de un manotazo y aprieto el redial. Llama. Lucas otra vez: “Párrafus Interruptus. Buenas noches”. “Juntacadáveres””, lancé. “Sí, ¿de quién?”, dijo él, sin reconocerme. “De Juan Carlos Onetti. Soy yo otra vez, Lucas. Gracias de nuevo...” Y el joven productor me pasó al aire. Y a Hugo le dije “Juntacadáveres”, y le conté tal cual todo este preámbulo.
En cambio, me parece que Julián se asustó. Escucho la grabación del programa que Cristina, por las dudas, hace las noches en que yo trabajo –lunes y martes- y noto cómo al joven Sanchez lo amilana la amable brusquedad con que Hugo dice que no cuando él nombra “El farmer”. Pero tengo que rehacer el episodio, para mejor comprensión de los que no hayan escuchado el programa del lunes.
Hugo anunció el género novela y comenzó una lectura donde saltaban al oido los nombres propios de un par de calles de nuestra ciudad –o próceres de nuestra historia. Yo enseguida pensé en Andrés Rivera, un precursor, más sabio e ideologizado, de la reciente moda –ya caduca, tal vez- de la novela histórica. Julián Sánchez pensó igual y –antes que yo- llamó para arriesgar. Según la reconstrucción de los hechos que escucharíamos luego, parece que el profe de Temperley dijo primero “El farmer”, y Lucas le respondió que no. Entonces Julián tiró “Ese manco Paz”, y dio en el blanco. Lucas dio las indicaciones de rigor y el llamado ganador pasó al aire. Breve diálogo preliminar entre Hugo y Julián acerca de la fidelidad de este al programa –lo que tal vez afectó ya al oyente-, y luego el conductor pregunta: “¿Qué estoy leyendo?” Y Julián responde: “El farmer”.
“No, no estoy leyendo eso”, afirma Hugo. “No,no,no,no,no,no”, repite. Después, se adivina que le apunta a Lucas: “No estoy leyendo eso”, insiste. En tanto, Julián vacila: “No, me confundí yo, perdón, perdón”, dice, “lo que pasa es que le dije a...”, no recuerda el nombre del productor. “Le dije a... Le dije de Andrés Rivera y...” Hugo, para confusión de todos los oyentes, también dice: “No, me confundí yo. Pido perdón. Pero sí, Juliancito, estás bien con el autor, pero no es esa”, y se dirige a Lucas: “No estoy leyendo esa. Cortamos y sigo leyendo”. Y se ve que Julián cortó. Sin atinar a repetir al aire lo que ya le había dicho a Lucas como segunda opción.
Esto es lo que, a posteriori, reveló Lucas, después de bancarse como un duque que Hugo, al aire, a medias lo responsabilizara de la gaffe. Porque Hugo reveló también parte de la cocina del programa. Y parece que durante la tarde, vía mail, él informa al productor lo que va a leer esa noche. Y ese día le informó que leería “El farmer, de Andrés Rivera. Pero después cayó en la cuenta de que no tenía esa novela, y ni él, ni la Adriana Baldessari, pudieron conseguirla antes de la medianoche. Hugo, entonces, decidió que de todos modos leería a ese autor. Pero cambió de título. Lo que no quedó bien en claro es si le informó sobre la hora a Lucas el cambio de novela, y Lucas no lo registró, o si nunca lo hizo. La desprolijidad del episodio parece haber sido compartida. Pero también en esto tomó parte Julián, que no tuvo la picardía, o la rapidez, o la presencia de ánimo para imponerse por sobre la confusión que se generó en el estudio.
Así es como yo lo escuché. Tal vez esta no es la versión fiel de los hechos; otro oyente, desde su lugar, podría hacer un relato diferente –como en aquel cuento japonés que filmó Kurosawa. Pero yo escuché un par de veces la grabación y afirmo que lo que se deduce de aquel triálogo es más o menos lo que conté.
A propósito de estas grabaciones, tal vez sea este el momento de contar que, de los programas que Cristina me graba, yo copio los segmentos con mis participaciones y los pego uno tras otro en otro cassette. Tengo ya, con la victoria del otro día –y aunque me faltan algunas-, cinco cassettes completos. A veces, cuando cae la tarde, agarro alguno, me lleno un vaso con cualquier bebida efervescente, los llevo conmigo al dormitorio, me desvisto, me tiro en la cama, pongo el cassette y, mientras me escucho en la penumbra, me toco. A veces en eso llega Cristina y... no quieran saber cómo me llama.
En definitiva –volviendo al lunes-, el primer ganador (así hay que considerarlo) salió del aire y la lectura continuó. Enseguida, nuevo llamado con la respuesta correcta. De nuevo, por tercera vez en el mes, un nuevo ganador. Ganadora, en rigor: la señora Sandra Vela, abogada de Villa Urquiza, quien junto a su esposo empezó a seguir Párrafus este año. Le damos la bienvenida desde esta caldeada Entrada a Sandra, y la felicitamos por su victoria.
A propósito, finalizado ya el mes de octubre, se plantea una disyuntiva. Sobre el ganador del mes, no caben dudas: con cinco triunfos (tres de ellos, asombrosamente, con Poesía) se impuso el joven vigilador intelectual –por no decir memorioso- Marcelo Perenchio, quien suscribe. Pero, ¿quién quedó segundo? Con dos victorias cada uno aparecen Roberto López Motta y Quique Figueroa. Y aparecieron también, en tres oportunidades, oyentes nuevos. Cabe entonces la posibilidad de aplicar el criterio que algunos utilizan en los análisis que siguen a un comicio: se impuso Pepe (o Pepa) con el 40 % de los votos; segundo ( o segunda) fue Pipi, con 20 %; pero, dicen algunos analistas tendenciosos, el total de votos en blanco, de impugnados y de ausentismo fue de 30 %, “así que la segunda fuerza es la de los desinteresados de la política”. Volviendo a nuestro Párrafus, ¿quiénes diría usted que fueron segundos: los dos que empataron o los nuevos?
Quien quiera responder, responda. Yo, el canchero, estoy en otra.
Buenas tardes.
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