Insospechadamente, de Sylvia Plath leí unos versos en una novela de Stephen King.
Lo de ‘insospechadamente’, claro, es producto de una evaluación actual; cuando leía las primeras novelas de Stephen King no hacía distinción entre autores populares y otros de distintos prestigios, y no me asombraban esos cruces extraños.
¿Dije alguna vez que soy el primer admirador en Argentina de Stephen King? Sí, señor, yo me compré “El resplandor” cuando editorial Pomaire la editó con el título “Insólito esplendor”, allá por 1980. Antes había leído “Carrie”, creo que a los trece, “La hora del vampiro” (“Salem´s Lot”) y un volumen de cuentos: “El umbral de la noche”. “Insólito esplendor” fue la última que compré. No me gustó tanto, me pareció demasiado larga, y además el siguiente libro de King que apareció acá, “La danza de la muerte”, estaba muy caro para mis pobres sueldos de cadete o aprendiz.
No me acuerdo en cuál de las novelas estaba el epígrafe de la Sylvia Plath. Por supuesto, tampoco recuerdo cuáles eran los versos; imagino que sería alguno de los lúgubres o lunáticos que proliferan, creo, en la obra de la norteamericana. En “Carrie” no era, seguro; en “El resplandor”, creo que tampoco; tal vez en “La hora del vampiro”.
No importa. Lo que quería decir es que eso es algo de lo poco que sé sobre esta poeta. Leí en la “Ñ”, hace poco, un artículo sobre ella; no sé si sobre unas cartas a su madre que se editaron recientemente, o sobre el hombre que se la llevó a Inglaterra, o algó así. (¿Conocen ese chiste que cuenta Dolina sobre las lecciones de inglés de Sábato: “El inglés es sencillo. Perro se dice dog, casa se dice jaus, calle se dice strit…, y todo así”.)
También mencionó a la “Ñ” el ganador de la noche (y de la semana, y del mes), Luis Gobea; tal vez se refería al mismo artículo; esa, y su omnipresente diccionario enciclopédico de autores, dijo, fueron las fuentes para descifrar la lectura que eligió Hugo para cerrar la semana.
Yo, una vez más, no tuve ni idea; mejor dicho, ‘dormí’, como dicen los chicos. Porque después me di cuenta de que había leído uno de los poemas de la Plath que nuestro conductor alcanzó a leer completo: “Danza nocturna”. Lo incluyeron, junto a otro, Arturo Carrera y Teresa Arijón en su extraordinaria antología “El libro de los seres que duermen a nuestro lado”(Ediciones El Ateneo, 1997).
Se trata de una variadísima compilación de poemas y fragmentos de prosa, de docenas de autores, referidos al sueño; al sueño en el sentido del dormir, a la contemplación del sueño ajeno y lo que eso inspira…, bueno, el título lo dice todo. Los textos no están en orden alfabético ni cronológico ni en ningún otro; aparecen agrupados en distintos subtemas de acuerdo a la inspiración de los poetas antólogos. No es como un diccionario enciclopédico, pero algún día podré valerme de él para participar en Párrafus. Por ahora, tomo de allí el otro poema de la autora de anteanoche (que no sé si también pertenecerá a “El coloso”, el libro que trajo Hugo), dedicado a todos los demás que no ganaron.
Buenas noches.
Dulces sueños.
LOS QUE DUERMEN
Ningún mapa dibuja la calle
donde están esos dos que duermen.
Perdimos su rastro.
Yacen como bajo el agua,
en una luz azul, inmóvil,
la ventana entreabierta
con cortinas de lazo amarillo.
A través de la angosta rendija
suben aromas de tierra húmeda.
La víbora deja un rastro de plata;
una maleza oscura bordea la casa.
Miramos hacia atrás.
Entre pétalos pálidos como la muerte
y hojas constantes en su forma
siguen durmiendo boca a boca.
Se alza una niebla blanca.
Las pequeñas aletas de la nariz, verdes, respiran,
y ellos se dan vuelta en su sueño.
Exiliados de esa cama tibia
somos sueño de su sueño.
Sus párpados sostienen la penumbra.
Ningún mal puede llegar hasta ellos.
Fundimos nuestras pieles y nos deslizamos
dentro de otro tiempo.
2 comentarios:
Carrie fué una de las tantas obras que descubriera la dama de los Bañados de Lugano, la Verónica.
Merced a la memoria fotográfica, recompuso en el acto la novela, y así dió inicio a un raid ininterruptos de palmarés.
Las cartas son entre Sylvia y su madre, el hombre fué su compañero y editor. Una relación tortuosa, y para colmo el hubo de seleccionar el material, aunque hubo un acuerdo luego del suicidio de la Plath entre este editor y la madre. Cosas de la vida!
Gracias por tus precisiones sobre la nota de la Ñ, Quique. Hoy fui a lo de mi vieja pero no tuve tiempo de buscarla. En cuanta a la lectura de "Carrie", ¡no me hagás acordar! Me acuerdo que marqué en cuanto Hugo leyó "Deporte sangriento" y ya estaba ocupado. Se me adelantó la bañadense, como tantas veces (¿qué le hice yo a Verónica para que me postergue así...?) Pero aquel no fue su primer triunfo, ¿o sí? Creo que no, pero tampoco tengo tiempo para fijarme ahora en la lista; estoy en un locutorio frente al banco y ya tengo que entrar. Abrazo. Chau
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