Lo dije la vez pasada, después de la lectura de Drummond de Andrade: Qué poco se sabe –qué poco se da a conocer- de la literatura brasileña entre nosotros.
¿Será por el idioma? No creo. También hay que traducir, y se traducen, escritores de los más recónditos rincones del planeta; los críticos más estrictos deben leer, y leen, obras en idiomas originales más difíciles que el portugués. Alguna cuestión editorial, es decir, empresaria, puede haber de por medio, pero no creo que el idioma del vecino país sea el obstáculo.
¿Será por la vecindad, entonces, que en algunos otros terrenos se convirtió en competitividad? ¿Será, como pasa en esos terrenos, que el imperio fomenta este desconocimiento, esa discordia?
El hecho es que anoche se leyó una novela de evidente origen brasileño, pero esta vez no hubo una Susana Petinatti que sacara las papas del fuego, como la noche de Drummond, y resultó el segundo Ininterruptus de la semana –por primera vez consecutivo con el anterior. (*)
Parecía una novela policial, bastante moderna, con algo de parodia, con un investigador que juega al ajedrez, pero no tuve ni idea de lo que en verdad se trataba.
Dijo Hugo, tras la tanda, antes de seguir leyendo, que varios oyentes llamaron con el nombre del autor correcto, pero ninguno supo el título. Claro, pensé hace un rato, al salir del ciber, había que ser mago para saberlo.
(*) Acerca de la novela ininterrupta del lunes, nada que declarar.
1 comentario:
A mi me pareció argentino y no brasileño.
Saludos
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