Anoche, otra vez Poesía. Esta vez, de autor argentino: Enrique Banchs. Y ganó la especialista en Poesía del elenco estable de ganadores: María Suárez.
Cito del libro “Siete conversaciones con Jorge Luis Borges”, de Fernando Sorrentino, los recuerdos del susodicho sobre el viejo poeta.
“F.S. Y ustedes (los jóvenes de ‘Martín Fierro’), ¿cómo sentían a un poeta algo anterior, como es Enrique Banchs?
J.L.B. ¡Como un gran poeta! ¿Cómo no íbamos a sentirlo así? ¡Si sabíamos de memoria sus poemas!
F.S. ¿Y por qué entonces atacaban a Lugones y no a Banchs, siendo que Banchs era, por lo menos en cuanto a los metros, clasicista?
J.L.B. El caso de los dos era totalmente distinto. Lugones era un hombre de una personalidad poderosa. Y en cambio Banchs, siendo quizá mayor poeta que Lugones –si es que se puede comparar a los poetas-, es un poeta que sólo puede definirse por la perfección. Lugones influye en sus contemporáneos, influye en sus sucesores: un gran poeta como Ezequiel Martínez Estrada sería inconcebible sin Lugones y sin Darío. En cambio la obra de Banchs –aunque con algunos reflejos del modernismo- es una obra que no ha ejercido ninguna influencia. Quiero decir: si no existiera ‘La urna’ –porque los otros libros de Banchs no me parecen importantes: ‘Las barcas’, ‘El cascabel del halcón’, ‘El libro de los elogios’, y menos aún la prosa-, el mundo sería más pobre porque habríamos perdido la belleza de esos sonetos. Porque esos sonetos son meramente perfectos. Tanto es así, que es muy fácil –muy fácil no: es posible- hacer una parodia de Lugones, pero no creo que pueda hacerse una parodia de Banchs. Porque Banchs es un poeta que no tiene un estilo en el sentido de un vocabulario determinado: los ruiseñores, o las tardes, o las soledades de Banchs son temas que corresponden a toda la poesía lírica, a la poesía elegíaca. En cambio –voy a buscar el más humilde de los ejemplos-, creo que es muy fácil hacer una parodia mía y yo me dedico a hacerla, porque ya se sabe que lo que yo escribo es un repertorio de juegos con el tiempo, de espejos, de laberintos, de puñales, de máscaras.
F.S. Y de compadritos y de heresiarcas.
J.L.B. Y de compadritos y de heresiarcas, como dijo Ernesto Sábato. Y en cambio, en Banchs, ¿qué tenemos? Tenemos un hombre que tuvo la suerte de que una mujer no lo quisiera en 1911. Y esa desventura personal nos ha dejado ‘La urna’, lo cual ya es dejar. De modo que a Banchs lo veíamos como intemporal. Era un poeta que queríamos mucho, y escribir contra él hubiera sido tan absurdo como escribir contra Kyats o como escribir contra Gracilazo. No hubiera tenido sentido.
(…)
F.S. Si usted tuviera que escribir una historia de la literatura argentina que, por exigencias editoriales, pudiera contener sólo cinco autores, ¿por cuáles se decidiría?
J.L.B. ¡Caramba, que pregunta difícil…! Bueno, a ver… En primer término, Sarmiento; luego, Ascasubi; luego, Hernández; luego, Lugones y luego… Estamos ya bastante cerca de nuestra época, y voy a quedar mal con algún contemporáneo… Pero, digamos… Podría ser Almafuerte o podría ser Martínez Estrada acaso.
F.S. O Banchs, quizá…
J.L.B. O Banchs, quizá. Aunque, pensándolo bien, Banchs es autor de un solo libro valioso, ‘La urna’. Pero, así y todo, podría ser Banchs. Yo lo conocí a Banchs personalmente. Me sentí tan defraudado en el diálogo con él.. Fue la primera vez que yo lovi. Fue en uno de los ‘almorzáculos’ –término inventado por José Ingenieros, jugando con cenáculo- e la revista ‘Nosotros’. A mí me tocó estar sentado al lado de Banchs. Yo le dije que yo tenía en casa un ejemplar de ‘La urna’ que él le había dedicado y firmado a mi padre y le dije que yo sabía de memoria muchos de los sonetos. Entonces, para castigarme, Banchs me habló todo el tiempo de los destrozos que causan las hormigas y de las ventajas y desventajas del cianuro, y eso duró todo el almuerzo y yo no sabía cómo escaparme de ese inmenso hormiguero. Y él seguía hablando con mucha lentitud y con mucha precisión sobre las hormigas… Y luego supe que yo no tenía que hablarle de lo que él escribía. Más tarde, me encontré otra vez con él y Banchs me habló de los jóvenes poetas norteamericanos, que dijo que le interesaban mucho. Pero, como él no sabía inglés y había leído no sé qué traducción de ellos y tampoco los vinculaba con su ambiente, sospecho que no sentía mayor interés por esos poetas. Creo que lo que él temía era que se hablara de lo que él escribía. Yo sé de personas de diversas editoriales que fueron a verlo para proponerle una edición de obras completas, diciéndole además que, si él quería, podía agregar un prólogo en el que dijera que él se desentendía por completo del contenido del libro, que él había escrito esos poemas en diversas fechas, que ya no era el mismo de antes, etcétera. Y él no quiso. Y la razón que dio Banchs fue esta: ‘La gente cree que yo soy un buen poeta, pero si releyeran lo que he escrito, se darían cuenta de que soy muy mediocre’. Desde luego, yo no creo que ésa fuera la verdadera razón. Banchs era una persona muy rara, además. El era miembro de la Academia Argentina de Letras y conocía de memoria el reglamento de la Academia. Decía, por ejemplo: ‘El inciso A del artículo 27 dice tal cosa y tal otra, que se oponen a lo que usted quiere hacer’. De modo que era muy difícil discutir con él. Porque si él tomaba el reglamento de la Academia como una especie de texto sagrado y citaba esas líneas como si fueran versículos del Espíritu Santo, uno no sabía qué decirle. Ahora, cómo se habrá tomado el trabajo de aprender el reglamento de memoria, yo no me lo explico. Usted se dará cuenta de lo que pueden ser los estatutos de la Academia…"
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