martes, 2 de diciembre de 2008

Acertada presunción


Parece que nuestro poeta del lunes no era muy apreciado en los medios literarios de su tiempo –Colombia, postrimerías del siglo XIX. En vez de José Asunción, le decían José “Presunción” Silva. Debía resultar un poquito agrandado, él también.
Esto lo contó Hugo anteanoche, pero la presunción a la que me refiero en el título es la del epílogo de mi efusivo texto de aquella madrugada. Fui a lo de mi vieja por la mañana, después del trabajo, y perdí una buena media hora de reparador descanso buscando aquel libro de poemas que había creído recordar. Y efectivamente era de José Asunción Silva.
Está más ajado de lo que recordaba. Alguna vez habrá sido dura la tapa, pero ahora está retorcida, carcomida en los bordes, y del lomo y la contratapa nada quedan. Alcanzan a leerse malamente, en el centro de una especie de escudito, las iniciales ESA, y alrededor las palabras Editorial Sopena Argentina. No figura ningún título ni nombre de autor y las primeras tres hojas ya no existen; pero en lo alto de cada página, desde la 9, que hoy es la primera, dice José Asunción Silva, en las pares, y Poesías Completas, en las impares.
Al final del libro tal vez también falten hojas, porque después del último poema no hay ni un índice ni fecha de impresión ni más datos. Lo que hay... lo que descubrí... lo que reencontré en la página blanca tras el último poema, como también en la contraportada raída y en otros blancos interiores, son algunas anotaciones con la inolvidable, la admirada, la reminiscente letra de mi padre. “Tío Pablo – Tucuman 358, 6º”, dice. Y “Ese es el camino a la suc. 26 del Correo”. Y otras más.
Ya dije que este libro es uno de los más antiguos que recuerdo; estaba en la casa de mi infancia -no sé si más entero- en un cajón con libros y revistas (Knock out, Hobbie)que habían sido de mi viejo. Y no digo más, porque me emociono.
Lo que me asombró, hojeándolo ayer, es comprobar que yo leí este libro, allá a los 12 o 13 años –y nunca más. Muchas de las poesías me resuenan. Y no están tan mal –no son estas las que me traumaron con el género. Y está la que ayer mencionaba como sorprendente y graciosa. Es esta:

ZOOESPERMOS

El conocido sabio
Cornelius Van-Kenrinken,
Que disfrutó en Hamburgo
De una clientela enorme
Y que dejó un in-folio
De setecientas páginas
Sobre Hígados y riñones,
Abandonado luego
Por todos sus amigo,
Murió en Leipzig maniático,
Desprestigiado y pobre,
Debido a sus estudios
De los últimos años
Sobre espermatozoides.
Frente de un microscopio
Que le costó un sentido,
Obra maestra y única
De un óptico de Londres;
La vista recogida,
temblándole las manos,
ansioso, fijo, inmóvil,
reconcentrado y torvo,
como un fantasma pálido
a media voz decía:
-¡Oh! mira cómo corren
Y bullen y se mueven
Y luchan y se agitan
Los espermatozoides.

¡Mira!, si no estuviera
perdido para siempre;
Si huyendo por caminos
Que todos no conocen,
Hubiera al fin logrado
Tras múltiples esfuerzos
El convertirse en hombre,
Corriéndole los años
Hubiera sido un Werther
Y tras de mil angustias
Y gestas y pasiones
Se hubiera suicidado
Con una Smith y Wesson
Ese espermatozoide.
Aquel de más arriba
Que vibra a dos milímetros
Del Werther suprimido,
Del vidrio junto al borde,
Hubiera sido un héroe
De nuestras grandes guerras.
Alguna estatua en bronce
Hubiera recordado,
Cual vencedor intrépido
Y conductor insigne
De tropas y cañones,
Y General en Jefe
De todos los ejércitos,
A ese espermatozoide.

Aquél hubiera sido
La Gretchen de algún Fausto;
Ese de más arriba
Un Heredero noble
Dueño a los veintiún años
De algún millón de thalers
Y un título de conde;
Aquél un usurero;
Y el otro, el pequeñísimo,
Algún poeta lírico;
Y el otro, aquel enorme,
Un profesor científico
Que hubiera escrito un libro
Sobre espermatozoides.
Afortunadamente
Perdidos para siempre
Os agitáis ahora,
¡Oh puntos que sois hombres!,
Entre los vidrios gruesos
Traslúcidos y diáfanos
Del microscopio enorme;
Afortunadamente,
Zoospermos, en la Tierra
No creceréis poblándola
De dichas y de horrores;
Dentro de diez minutos
Todos estaréis muertos.
¡Hola!, espermatozoides.-

Así el ilustre sabio
Cornelius Van-Kenrinken,
Que disfrutó en Hamburgo
De una clientela enorme
Y que dejó un in-folio
De setecientas páginas
Sobre Hígados y riñones,
Abandonado luego
Por todos sus amigo,
Murió en Leipzig maniático,
Desprestigiado y pobre,
Debido a sus estudios
De los últimos años
Sobre espermatozoides.


¿No es gracioso? Y no es el único. Luis Gobea, que ganó el lunes reconociendo el “Nocturno” de José Asunción, dijo que una fuente de inspiración para muchas de las composiciones del poeta fue la hermanita Elvira. ¿Sería la siguiente una de ellas?

MADRIGAL

Tu tez rosada y pura, tus formas gráciles
De estatua de Tanagra, tu olor de lilas,
El carmín de tus labios tersos,
Las miradas ardientes de tus pupilas,

El ritmo de tu paso, tu voz velada,
Tus cabellos que suelen, si los despeina
Tu mano blanca y fina toda hoyuelada,
Cubrirte como un rico manto de reina;

Tu voz, tus ademanes, tu... no te asombre:
Todo eso está, y a los gritos, pidiendo un hombre.

Pero no siempre fue tan simpático el José Asunción; no en vano se suicidaría a los 31 años. Copio el comienzo de un poema bastante más lúgubre.

NOTAS PERDIDAS

¡Bajad a la pobre niña,
bajadla con mano trémula,
y con cuidadoso esmero
entre la fosa ponedla,
y arrojad sobre su tumba
fríos puñados de tierra!

¡Aún sobre sus labios rojos
la sonrisa postrimera;
tan joven y tan hermosa,
y descansa helada, yerta,
y está marchito el tesoro
de su dulce adolescencia!

Por supuesto, a pesar de conocer este libro, la otra noche ni pensé en el colombiano –pensé vagamente en una uruguaya. Además, Gobea apareció a los 31 segundos, restándole chances a todo el mundo.
Esta noche, en cambio, otra vez se leyó hasta casi la una. El género fue Cuento. Cuando detecté que se trataba de un brasileño –por la mención de Machado de Assis-, supe que era el segundo intento con el autor del cuento Ininterruptus del mes pasado. Esa vez lo había averiguado con Google al día siguiente: el cuento había sido “Mandrake”. (Yo lo di a entender con el título de mi Entrada de entonces: “Qué pirata este Hugo, man!” Pirata=Drake, man=Man.) Esta vez llamé para confirmar que era Ruben Fonseca, pero no sabía cuál podría ser el cuento. Era “Amarguras de un joven escritor” y ganó el joven Maximiliano Pozzi, de Saavedra. Nuevamente contó con la ayuda de su madre, dijo, pero yo mejor no lo digo porque si no piensan que quiero desmerecerlo. Pero, ¿por qué sería un demérito, amigo Anónimo? Presumo que debe ser bueno tener una madre lectora. Fue bueno tener un padre lector.

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