miércoles, 3 de diciembre de 2008

La caza del jabalí


Anoche ganó la compañera oyente y coequiper del Blog -la flogger- Marta Zander. Sostuvo larga, infrecuente charla con nuestro conductor y…
“¡Qué horror!”, escribí hace poco, en “Sexshop”. No lo diré otra vez.

Al comienzo del programa, Hugo contó que se había enterado por el diario de la muerte de Daniel Chiróm. Yo me enteré a través de él. Es una tristeza inmensa, un extrañar, una nostalgia para siempre, ahora. Ya nunca volverá “El jabalí”, aquel espacio de jazz y poesía que se escuchaba los lunes a la noche en Nacional, antes del nacimiento de Párrafus Interruptus.
Supe que después el amistoso periodista y poeta había pasado a radio América, con un programa similar pero, creo, con otro nombre (¿”En la masmedula”, o me confundo?). Creo que iba los sábados, y ya no pude escucharlo. Sabía también que editaba “El jabalí” en forma de revista-libro; no fui de los afortunados que lo ganaron cuando fue premio en Párrafus, tampoco lo compré nunca, pero ya aparecerá, andando los años, en las librerías de viejo, y podremos darle caza. Aunque no debe ser lo mismo la versión impresa (sin música, sin su charla) que la añorada forma de hacer radio (por su calma y sencillez) de Daniel. Nos quedan también, sí, sus poemas, de los que anoche Hugo regaló una muestra.
La madre de Daniel Chiróm, Perla, era también periodista o difusora cultural en alguna forma. Me estuve preguntando si ella vivirá todavía –Daniel tenía 55 años. Me lo estuve preguntando, claro, porque en estos días la tengo a mi vieja muy apenada por una dolorosa cirugía que tuvo que pasar mi hermano Raúl. (Y me pregunto, también: ¿Será por mencionar estas cosas que este parece mi “blog personal”? Pero no, es la vida. No vivo en una torre arriba de un elefante al que le arrancaron los colmillos para las torres de marfil de Juan Martini y de… y de… y de Sergio Bizzio.)

De “Una madre” habló también Marta Zander anoche. Ella ganó con “La casa del ángel”, la primera novela de Beatriz Guido, pero también estuvo leyendo otros libros de la autora rosarina, entre ellos, uno poco recordado que en las siguientes líneas comenta Héctor P. Agosti desde su “Cantar opinando”.

“Bajo el título de ‘Carta abierta a una madre’, Clarín publicó un anticipo de este pequeño libro (‘Una madre’, Emece, 1973) en su edición del 30 de septiembre de 1971. El lector pudo juzgar entonces la cruda veracidad de páginas nada complacientes destinadas a mostrarnos ‘por dentro’ a Berta Eiriz, la espléndida actriz uruguaya que trocó el escenario por una perpetua representación vital, perezosa, fastuosa y por ratos insolente. La novelista de ‘La casa del ángel’ es implacable en el relato de su madre. Considera reaccionaria, y con razón, a esa mujer plena de humor y ávida de belleza para quien ‘la falta de sentido estético, lo cursi, era más imperdonable que los transitorios pecados de la carne’.
“”Hay en estas páginas una constante de desaliento y amor que aspira a magnificarse en justicia. ‘Nosotras –escribe, refiriéndose a ella y su hermana- recién logramos tu atención cuando comprendimos que en tu indiferencia o en tu crueldad había sólo un objetivo: despertar el juego de la imaginación.’ Y luego: ‘Y te culpo porque ya no sé quién descubrirá mis errores. (…) Y si te llevaste nuestra risa, no te perdono por haberte llevado a la intelectual, a la amiga; y cuando todos me peguntan: adónde se fue la madre, no puedo responder, a fuer de ser intelectual: no la tuve. Y por todo esto, porque no estás ahora aquí, tal vez nunca te perdone’.
“Pero este ajuste inflexible no se limitaa lo meramente familiar. Encaratambién el espectro de una sociedad patriarcal que se desmorona, una sociedad fundada sobre el desprecio a la plebe y la supuesta exaltación del espíritu, de la cual Berta Airin aparece como una representante legítima ya que no sistemática. Por un lado, la estremecía el arielismo de Rodó, pero por el otro, como auténtica hija de una familia ‘blanca’, se acongojaba por las victorias de los ‘colorados’ batllistas y el viento de renovación popular que ellas significaban. Su admiración por la derecha europea no fue, por consguiente, azarosa: se enardeció con Mussolini, con Hitler, con José Antonio Primo de Rivera, y odió naturalmente al comunismo,lo cual no le impidió entusiasmarse con la primera etapa de Fidel Castro, emocionarse estéticamente con la apostura apolínea de Che y finalmente simpatizar con los tupamaros.
“Quizá sin habérselo propuesto deliberadamente, Beatriz Guido nos entrega aquí una importante clave sociológica. (…) En ‘Una madre’ reviven los mismos elementos agónicos de ‘La casa del ángel’. Sólo que lo que entonces era ficción levemente autobiográfica alcanza ahora categoría de veracidad vital.”

Y de nuestra novela de anoche el maestro Agosti escribe:

“’La casa del ángel’, de Beatriz Guido (Emece, 1954): una novela audaz. Digo audaz porque no es habitual entre nosotros esa presentación descarnada de las inquietudes de una niña que se interna en la adolescencia y por lo mismo siente implacablemente los problemas del sexo. (El tema de la violación en las vísperas de un duelo es un hallazgo más o menos espectacular, el necesario condimento freudiano de una obstinada mortificación. Pero ese hallazgo aparte, el problema existe, sin duda, y Beatriz Guido osténtale mérito de ser la primera escritora que entre nosotros lo trata sin remilgos.)
(…)
Algunas observaciones graciosas. Beatriz Guido quiere poner cierto ‘color local’, determinada referencia histórica que fije la acción. Oyó hablar, seguramente, de los anarquistas que constituían el ‘cuco’ por aquellos años del ´20, y así los presenta: ‘Venían bajando por la calle Cuba, desde el Norte. Arrastraban los pies al compás de La Internacional. Las mujeres llevaban los hijos en brazos, y los hombres empuñaban hoces y martillos’ (pag.162). ¡Curiosa manifestación del 1º de Mayo, con anarquistas que ‘empuñaban hoces y martillos’, símbolo de los comunistas que llegarían años después!”

(Lo precedente, repito, lo tomo de “Cantar opinando”, de Héctor P. Agosti, editorial Boedo, 1982.)

“La casa…” existía en la realidad. De ella cuenta Alvaro Abós, en su riquísimo “Buenos Aires al pie de la letra”, que pertenecía a un francés cultor de la esgrima. “Se dice que Delcasse organizó en las primeras décadas del siglo XX unos cuantos duelos a espada, a pistola, a sable, en los jardines de la mansión, aunque no hay constancia de que este patrocinador del honor ajeno se haya batido él mismo.”
Abós, tras destacar el ingreso a la literatura de esa casa, resume así el asunto de la novela: “La protagonista del relato se llama Ana Castro, la primera de la larga serie de adolescentes en conflicto con la cerrazón sexual y social de la época que protagonizaron las novelas de la escritora. Ana, hija del dueño de casa, se convierte en espía de de aquellas ceremonias de la hombría porteña y, de tan curiosa, acaba violada por un duelista en las vísperas de un lance. La muerte de él cerraría la historia, pero en ‘La casa del ángel’ el tal Pablo Aguirre sobrevive para compartir el secreto desquiciante de con su víctima”.
Después cita a la Guido: “Nuestra casa queda en la calle Cuba, en la esquina con Sucre; su estilo es el de un decadente fin de siglo, con un ángel de piedra en la terraza del primer piso”. Y dice Abós: “Ese ángel es atacado a pedradas por una manifestación obrera: la irrupción de las luchas sociales agrega otra dimensión al símbolo de la inocencia sexual perdida. En las fantasías de Ana, ‘ellos, los duelistas, aparecerán por la calle Cuba o Arcos, encapuchados de negro, para no ser reconocidos. Entrarán en el parque por el portón de la calle Arcos; yo me asomaré al jardín vestida con un hermosísimo camisón blanco, que le robaré a Julieta…”.
El guía literario de Buenos Aires concluye su paso por este rincón de Belgrano con estas melancólicas palabras: “La mansión Delcasse fue demolida en la década del sesenta del siglo XX. Sus imágenes fueron recogidas en la película del mismo título de la novela que Leopoldo Torre Nilsson dirigió en 1957. El ángel de la fachada se conserva en los depósitos del Museo de la Ciudad , donde es exhibido de vez en cuando. En Sucre y Cuba se ha construido un pretencioso complejo edilicio-comercial que usurpa el nombre (“Casa del Angel”) pero donde no encuentro huella ni de la realidad histórica ni de la creación literaria. Como en tantos casos, la ciudad fenicia se tragó la memoria poética para devolver sólo moneda falsa”.

En cuanto al lugar de la conservación del ángel, tendría algo para decir, pero no sé si es momento –no sé si no será demasiado personal.
Hugo tal vez recuerde que cuando gané con “El banquete de Severo Arcángelo”, de Marechal, conté que en esos días había tenido que abandonar el “Adan Buenosayres”. Tenía la novela desde hacía mucho, pero me decidió a leerla el lugar por demás propicio adonde había ido a recalar por mi trabajo. Primero, para entrar en clima, había leído “El banquete…”. Pero después, antes de que pudiera terminar el “Adán…” me trasladaron de ahí e interrumpí la lectura.
“Ahí” era el caserón de Alsina y Defensa, frente al Museo de la Ciudad, que en la nomenclatura de servicios de la empresa se conocía como “Depósito del Museo”.
Es una inhóspita casa de dos plantas, a medias derrumbada, a medias demolida, polvorienta, sucia, sin agua, casi sin luz, que ve cómo pasan una tras otra las gestiones municipales sin que ninguna se decida a implementar las reformas indispensables y darle algún uso.
Conocía esas incomodidades a través de algunos compañeros, pero cuando me destinaron ahí fui contento. Me imaginaba cuadros y esculturas a la espera de una restauración, o muebles, utensillos y enseres de antaño, o –mi sueño mejor- libros viejos. Pero no encontré casi nada de eso, y nunca supe por qué lo llamaban Depósito del Museo.
Adentro, se amontonan sin orden ni concierto rezagos que poco tienen que ver con un Museo. Apoyadas contra las paredes, hay cantidad de puertas y ventanas antiguas, de madera pesada y sin color, traídas quién sabe de dónde; metros y metros de rejas de hierro grueso y trabajado, como ya no se hacen; tablones y tirantes de toda medida para un eventual apuntalamiento, algunas máquinas desguasadas cuya utilidad no puede precisarse… Por supuesto, no recuerdo haber visto nada parecido al ángel de la casa de la calle Cuba. Pero tal vez Alvaro Abós se refiera a otro depósito.
(Entre paréntesis, volviendo a Párrafus, diré que lo que encontré una noche, munido de una vela, en una de las habitaciones del piso alto, fueron varios atados con revistas viejas; en una de ellas, una revista femenina de los ´60, no sé si “ Claudia” , “Burda”, o alguna de esas, leí “Un recuerdo navideño”, de Truman Capote, con el que también gané una noche. ¿Si dejé en su lugar la revista después de leer el cuento? Bueno, entiendan que sigo trabajando en la misma empresa y, aunque el gobierno de la ciudad ya no está entre nuestros clientes… eso no puedo confesarlo.)

Beatriz Guido fue uno de los autores rosarinos con los que me tiré el lance la otra noche, cuando se leía “El cerco”. Me había pasado por la cabeza el título de una de las películas de Torre Nilsson (que no vi, y no sé, en realidad, si proviene de una obra de su esposa): “El secuestrador”. Anoche no se me ocurrió nada porque a los 25 segundos sonó el timbre que nos anunció la victoria de Marta Zander. Su premio fue la misma novela que se leyó, lo cual le agradó a Marta, porque había leído “La casa del ángel” sacándola de una biblioteca. Además, dijo, lo tomaba como un regalo de cumpleaños, “que fue ayer” –no sé si el lunes o el martes. Además, habló con Hugo de no sé qué quejas o penas de amor; qué feo, esa manía de algunos oyentes de hablar de sus cosas personales que no sé a quién le importan…

Buenas tardes.

3 comentarios:

Marta dijo...

Perdonemé!! Me copé con la alfombra roja. No pensaba hablar de mí, pero usted escuchó: Hugo me preguntó, insistió. Y bueno, no me pude resistir, se apoderó de mí un espíritu farandulesco, pensé que en cualquier momento aparecía Marcelo Polino a hacer preguntas sobre los asuntos del corazón, que no le importan a nadie, ya sé, ya sé. Me dejé encandilar por las luces.

Por mi culpa el programa se transformó en una mezcla de Intrusos y Yo me quiero casar. Disculpemé, le prometo que fue la última vez y que no lo voy a hacer más.

Marta dijo...

Se me olvidaba: El cerco tenía un aire a Beatriz Guido, tenés razón. Yo también pensé en ella esa noche, aunque por otro lado sabía que no era porque la estuve leyendo bastante. El aristócrata, la mansión, los diarios a la mañana, no faltaba ninguno.
Igual, la Guido da datos filiatorios y esa novela no los tenía. Enseguida nombra al señor fulano de tal que vive en la calle tal en una mansión así y asá. Ella cuenta con la fidelidad de un testigo presencial. Y eso faltaba en El cerco.

Muy buena tu reseña!

Marcelo Perenchio dijo...

Pero no, Zander,no se disculpe tanto, y no malinterprete mi extraño humor. Hable nomás de usted, cuente,diga -pero por la vía privada, si gusta.